Mi última palabra, hija. Puedes estar tan enfadada como quieras conmigo. Pero el alma de ese tío está podrida, no le discutas, Crisanta. Con Marcos te quedas y punto. Con él vivirás como tras una pared de piedra, no escucharás nada bueno de él.
Mi última palabra, hija. Puedes estar tan enfadada como quieras con tu padre. Pero por Julián no te suelto. No lo intentes, lo sé todo. Es guapo, canta, te hará soñar pero su alma está podrida. No le discutas, Crisanta. Con Marcos te vas y punto. Con él será como vivir tras una pared de piedra, no oirás nada malo de él. Es un buen hombre, ¿entiendes? dijo Antonio Taraso intentando abrazar a su hija.
Crisanta sabía que no podía ir contra la voluntad del padre. Sin embargo, apartó su mano, sollozó y gritó: ¡No tengo fuerzas para seguirte!
Antonio la miró a los ojos azules, tan obstinada. No permitiría que su niña fuera infeliz, así que le dijo con voz firme: ¡Te vas a casar a la fuerza, querida! ¡Vete, Crisanta!
En la orilla del Tajo esperaba Julián por ella. Su corazón volvió a latir con fuerza. Qué bonito era, quería pasar toda su vida a su lado. En esos momentos la joven odiaba a su padre como nunca había imaginado; él siempre había sido su ejemplo y su apoyo. Pero ni súplicas ni ruegos le sirvieron de nada.
¿Qué pasa, padre? ¿Malo o derretido? le preguntó Julián, acariciando los rizos negros de Crisanta y mirándola con sus oscuros ojos bajo largas pestañas.
Él dijo que no podemos estar juntos. Todo es en vano No se le puede convencer sollozó ella, amargada, sobre el pecho de Julián.
¡Inténtalo de nuevo! ¡Yo tampoco le encajo en la boda! Tenemos casa, granja ¡pero él es terco! exclamó Julián, enfadado, dándose una patada al aire y golpeando un patito que chapoteaba en la ribera.
¡Cuidado, patito! gritó Crisanta.
Oh, ya tienes con qué pensar. Patito, patito. No lo toques, se recupera. Mejor vamos a pasear respondió Julián, llevándola hacia el bosque.
Al volver a casa, se cruzó con Marcos. Al ver a Crisanta, se sonrojó mucho.
Era de baja estatura, con pecas en la cara, cabello rubio y ojos azul casi transparentes, que ella siempre llamaba pálidos. No era nada atractivo, mucho menos que Julián. Y, aunque el padre se empeñaba, Crisanta quería decirle algo hiriente, pero entonces vio a Marcos con un patito en la mano.
¿A dónde vas? sonrió ella.
Fui al río a bañarme. Vi al patito tirado, lo levanté y estaba piando lamentablemente. Le había lastimado la pata. Se la mostraré al padre, él sabe curar animales contestó Marcos, mirando a los ojos de Crisanta.
Al darse cuenta de que el patito había sido herido por Julián, la joven se sonrojó y siguió su camino rápidamente. Le avergonzaba que su amado hubiera lastimado al bebé animal mientras ella, que lo odiaba, lo salvaba.
Desde entonces, el patito se encariñó con Marcos y le seguía a todas partes del pueblo, incluso dormía al lado de la pajarería. Era gracioso, chapoteaba detrás de él y vigilaba que no se perdiera su dueño.
Hay lecheros, y ahí tienes al pato-ganadero, tonto. Los patos son igual de tontos, sólo sirven para la mesa se burlaba Julián de Marcos. Pero él no le hizo caso y siguió su camino.
Pronto se fijó la fecha de la boda de Marcos y Crisanta. Ella lloraba sin parar. Julián trató de convencerla de huir juntos, pero ella, aunque lo amaba sin medida, no aceptó. El rostro enfadado del padre le hizo temer que nunca la dejarían pasar al altar. La madre no podía oponerse: sólo tenían una hija, la madre estaba enferma, y los dos hermanos que tuvieron cuando eran niños ya no estaban. Crisanta había crecido como hija única.
El día de la boda, se miró al espejo y el padre se emocionó: el traje blanco le quedaba precioso, y su melena dorada relucía.
¡La novia más bella! la besó Antonio Taraso. ¿Estás enfadada conmigo, hija? Te deseo felicidad, ¡eres mi tesoro! Agradecerás después.
No, papá respondió Crisanta, mirando por la ventana.
En la boda, Julián bailó con Catalina, y Crisanta siempre le había sentido celos al verla. Pues ahora estaba casada.
Sólo le quedaba morderse el codo y ver a su antiguo amor con otra. Crisanta lanzó una mirada furtiva a Marcos; él no bebía, y el patito giraba a su lado.
¡Qué tonto! pensó enojada.
La madre la ayudó a vestirse, lanzando miradas nerviosas a la puerta, temiendo la llegada del hombre que no quería. Él entró, se quedó quieto, miró sus labios apretados y se dio la vuelta para irse.
¿Qué haces? ¿Te vas? ¿Qué dirán? ¿Te gustaré? gritó Crisanta, saltando de la cama y corriendo hacia él.
Él se quedó en silencio, la miró y le puso una mano en el hombro.
Me gustas mucho. Eres mi querida, la mejor. Pero soy horrible contigo, lo sé. Si tú no das el paso, no puedo y se fue.
¡Eso nunca pasará! gritó ella furiosa.
Al día siguiente se topó con Julián de nuevo. Él, con el aliento cargado de licor, intentó seducirla en el bosque con un beso.
¿Qué te pasa? ¡Has perdido la cabeza! le espetó Crisanta.
¿Y qué? Ya tienes marido. ¿Quieres volver conmigo? respondió Julián con desdén.
Ella se alejó.
Los días pasaron. La pareja vivía separada y Marcos siempre estaba ocupado. Una tarde fueron al bosque a recoger setas y Crisanta se torció la pierna. Marcos la cargó en brazos. Por la noche la llevaban a dar un paseo en una barquilla sobre el río; el patito chapoteaba detrás de ellos. Poco a poco el rencor de Julián se fue disipando.
Crisanta sabía que él seguía viendo a Catalina y que todo eso llevaba a la boda, pero ya no sentía celos. Marcos nunca intentó acercarse de forma extraña.
Una noche, la vecina del pueblo sufrió un incendio. Crisanta corrió y encontró a la gente reunida. La vecina, con tres hijos, le dijo:
¡Qué bien lo has hecho! Llegaste primero y ayudaste a todos. Eres un chico de oro le acarició la mano.
¿Y Marcos? preguntó Crisanta, sintiendo que el frío entraba.
Está dentro, el perro Gala se ha metido y no lo encontramos. Le dije que fuera, pero volvió. Los niños están llorando por él respondió la vecina, secándose la cara con la pañolera.
De repente cayó el tejado. Crisanta gritó y se desmayó.
Despertó con una mano acariciándole la cara. Un hombre la miró con ojos tiernos.
¿Estás bien? Se nos cayó el tejado balbuceó ella.
Entré por la ventana. Encontré a Gala bajo la cama, casi muerta. respondió el hombre, y Marcos le sonrió.
Me asusté por ti. Te quiero dijo ella, abrazándose a él y llorando.
Nueve meses después nació su hijo, Miguel. Marcos, aprendiendo de su padre, curaba vacas, caballos, y cualquier animal enfermo. Gente de todas partes llegaba a él.
Crisanta amaba a su marido y nunca pudo entender cómo había llegado a amar a Julián, ahora casado con Catalina, que bebía y golpeaba. Pensaba con horror que, sin la férrea voluntad de su padre, podría haber acabado como ella.
Salió al patio y vio a Antonio Taraso jugando con el pequeño Miguel.
Papá quería darte las gracias. Por no haberme obligado a casarme con Julián. Por haber visto lo que era mejor para mí. Perdóname le dijo Crisanta, besando a su padre.
Ah, la juventud está bien, lo entiendo. Con los años aprendemos quién es gente y quién no. No podía entregar a mi única y querida hija a ese monstruo. Sabía que estarías enfadada, pero pasó y todo está bien. Escucha a los mayores, hija. Que Dios os bendiga respondió Antonio con una sonrisa.
Crisanta vivió hasta edad avanzada, siempre junto a Marcos. Trabajaban la tierra, criaban a sus cinco hijos y tuvieron muchos nietos. Una familia feliz, donde el dicho No hay fuerza para el mimo tomó otro sentido.
Un abrazo, y hasta la próxima.







