¡Aguanta, hija! Ahora estás en otra familia y tienes que respetar sus costumbres. No vienes de visita, te casas.
¿Qué costumbres, madre? ¡Todas son un caos! ¡Sobre todo la suegra! Ella me odia, eso es evidente.
¿Y nunca has escuchado que haya suegras buenas?
¡Se pasa la vida de fiesta! exclama Carmen Rodríguez, parada en medio de la cocina, con la cara encendida de ira y los ojos ardiendo. Si el hombre sale, la culpa es siempre de la mujer. ¿Qué más tengo que explicarte?
Carmen está furiosa. Grita a su nuera Lucía como una desquiciada, y todo comienza porque ella sospecha que su hijo José le es infiel.
Lucía, joven y delicada, con grandes ojos ingenuos, se encoge contra la pared intentando calmar a la mujer exaltada.
Carmen, pero eso es injusto. Él tiene familia, hijos intenta defenderse Lucía, pero la suegra la interrumpe de un golpe, como si espantara una mosca.
¿Eso es familia? ¿O el niño que no nos deja entrar a él y al abuelo? ruede Carmen con desdén. ¡Qué educación!
¿Educación? ¡Iván apenas tiene un año! replica Lucía con voz suave.
¿Un año? se retuerce la mujer. En los Eguiluz el nieto es aún más pequeño. Y lo lleva en brazos sin parar, como ese tu agita la mano hacia la habitación del niño.
En realidad, es vuestro nieto dice Lucía, temblando un poco. Los niños perciben a la gente mala, quizá por eso no se acerca a vosotros.
¿Somos nosotros los malos? ¡Qué disparate! grita Carmen. ¿Y de quién vives a coste de nada? ¿De qué compras? ¿De quién gastas el dinero? ¡Ingrata!
Lucía ya no quiere seguir discutiendo con su suegra. Lleva meses pidiéndole a José que vivan separados de sus padres, pero él, consentido hijo de mamá, no ve necesidad alguna.
A José le gusta vivir con sus progenitores; se siente allí como en el regazo de la Madre de Dios. Va tranquilamente al trabajo y los ancianos se encargan de la ropa, la limpieza y la comida. No es vida, es un cuento.
Mientras tanto, la tiránica suegra Carmen sigue con su programa de críticas. Al principio Lucía intenta ganarse su cariño ayudando en la casa, apoyándola y escuchando sus interminables quejas sobre los vecinos. Con el tiempo se da cuenta de que es en vano.
Por mucho que Lucía intente ser buena y servicial, la odia y no lo esconde.
Trajiste a esta inútil a la casa como si no hubiera chicas decentes le cuenta Carmen a su vecina, mientras Lucía recoge los juguetes que José ha dejado tirados en la entrada.
¡Hasta la gente del pueblo se entera! Nuestras abuelas son mejores, más trabajadoras y más listas.
¡Y no digas nada! apoya la vecina chismosa Manuela, la anciana del barrio que ya ha escuchado todos los cotilleos del pueblo.
Yo entiendo que no sabes qué hacer, pero tú, Carmen, siempre dices que tus manos no están hechas para nada. No puedes arreglar nada.
¡No tienes idea! No se le puede confiar nada; o lo pierde o lo rompe. Y el niño que tienes no es el adecuado.
Los nietos de los Eguiluz son otra cosa: tranquilos e inteligentes. Este, en cambio, solo hace berrinches. Evidente que no le ha heredado buen gen.
Cuando la situación se vuelve insoportable, Lucía llama a su madre en el pueblo vecino, se queja y llora. Su madre le responde:
Aguanta, hija. Ahora perteneces a otra familia y debes respetar sus reglas. No vienes de visita, te casas.
¿Qué reglas, madre? ¡Todo es un caos, sobre todo la suegra! ¡Ella me odia, eso es claro!
¿Alguna vez has escuchado que haya suegras buenas? Todas pasamos por esto y tú también lo harás. Lo importante es que no muestres lo difícil que es. Aguanta.
Sabiendo que no podrá convencer a su madre temerosa, Lucía le amenaza con llamar al padre.
¡No te metas con tu padre! se asusta la madre. Sabes que está bajo libertad condicional. Un paso en falso y lo meten en la cárcel.
Lucía conoce bien la historia: su padre, Antonio, recibió la libertad condicional por un robo que cometió cuando alguien maltrató a Lucía en la tienda del pueblo. Él adora a su única hija y no callará si descubre cómo la tratan en esa familia ajena. Antonio es un hombre de fuego.
No le diré a papá contesta Lucía, pero si siguen así, no sé qué haré.
Todo se resolverá, hija insiste su madre, intentando calmarla. En unas semanas ni siquiera recordarás esta conversación.
Sin embargo, la relación con Carmen no mejora. Carmen parece empeorar, culpando a Lucía de todos sus males, incluso su esposo, el anciano Iván, ya cansado de la vida, no aguanta más.
¿Por qué gritas siempre a la chica? intenta intervenir Iván una mañana, cuando la discusión ya está en su punto máximo. ¡Se va a ir! ¡Y con razón!
¡Yo me iré! exclama Carmen, lanzando su furia contra Iván. ¡Demandaré cada euro que hayamos gastado en estos años! ¡Y llevaré a su hijo lejos para que no lo críe en esta familia miserable!
Lucía sabe que Carmen dice tonterías, pero le aterra la idea de perder a su esposo José.
Los rumores de que José tiene aventuras secretas con su antigua novia, Olga, son sólo chismes de pueblo que la gente como Carmen repite de boca en boca.
Si no fuera por la lengua larga de Carmen, estos abusos continuarían. Un día, tras una supuesta victoria contra Lucía, Carmen cuenta sus hazañas a su mejor amiga, la vecina Manuela, añadiendo siempre algo nuevo y luego lo repite al marido y a quien sea. Así la historia de la inútil nuera y su dura suegra llega a oídos del padre de Lucía.
Antonio, hombre corpulento de casi dos metros, con hombros anchos, no tarda en decidir. Coge su hacha, la que usa para cortar leña, se sube a su viejo motor Ural y, sin decir nada a su esposa, se dirige al pueblo vecino para liberar a su hija del humillante cautiverio.
Mientras tanto, en la casa de Carmen estalla otro escándalo. La joven madre, por un momento, deja al pequeño Vázquez en el sofá nuevo, de un color amarillo brillante, para buscar un pañal. Al volver, ve una mancha marrón bajo el niño. Para Carmen, esa mancha se vuelve un agujero negro que parece devorar todo el salón. Aparece como una tormenta y comienza a gritar a Lucía con una furia desmedida.
¡Arruinaste el sofá! ¡Mi favorito! ¿Sabes cuánto costó? ¡Te arrancaré los brazos y los volveré a coser!
Lo arreglaré, lo limpiaré intenta calmarse Lucía, temblando mientras agarra un trapo.
¿Qué vas a limpiar? ¡Es nuevo! ¿Cómo sabes tú? ¡Nunca has comprado nada con tu propio dinero!
¿Y ustedes? ¿Compran de dónde? exclama Lucía, y en ese momento se atreve a reprochar a su suegra que toda su vida ha vivido a costa del marido.
Carmen, ruborizada, grita:
¡Basta de insultos a la suegra!
¡Quita esa mancha y luego sal con tu hijo! ¡Vivan aquí y no hagan más lío!
Lucía, entre lágrimas, intenta borrar la mancha; el trozo marrón se aferra al tapizado como si se riera de su impotencia. El pequeño Vázquez, al oír la voz de su madre, llora a voces, intensificando la tensión.
Carmen sigue lanzando improperios, sin darse cuenta de que en el umbral aparece Antonio, con el hacha en la mano, su rostro serio como una estatua. Al percibir su presencia, Carmen se vuelve y sus ojos se fijan en la herramienta.
Antonio, sabiendo que su hija está en peligro, la mira con una frialdad que solo el hombre con pasado condenatorio puede tener. Carmen tiembla.
¡Hola, Antonio! dice con una sonrisa forzada. ¿Cómo llevas a tu hija?
He escuchado cómo la tratas responde Antonio con voz grave, entrando sin zapatos. Levanta el hacha sobre la cabeza, pero en lugar de golpear, la apoya ligeramente en su hombro y extiende la mano a Lucía.
Vamos, Lucía, no tienes nada que hacer aquí le dice, conduciéndola hacia la salida.
¡Espera! grita Carmen, recuperándose. ¿Qué diré a mi hijo?
Que venga a por mí, que hable conmigo. Yo lo atenderé como hombre. Antonio lanza una mirada helada que lo dice todo.
Antonio lleva a Lucía y al pequeño Vázquez fuera de la casa. José, temeroso, tarda en llegar, pero finalmente se presenta. Antonio dialoga con él, sin gritos ni amenazas, pero con una voz firme y el hacha apoyada sobre la mesa, sus palabras pesan.
José promete que vivirán separados, que su madre ya no se entrometerá y que protegerá a su esposa e hijo. Al estrechar Antonio la mano de José, éste siente que no puede seguir jugando con este hombre.
Desde aquel día, Carmen evita a Lucía y al nieto. No los saluda ni les habla cuando los ve en la calle. José y Lucía se mudan a una casa propia y todo fluye con armonía y comprensión. Así termina la historia de la suegra tiránica y la nuera resiliente, bajo la sabia intervención del padre de la nuera.







