La Diferencia de Edad: Entre Pasiones y Generaciones

Life Lessons

Oye, amiga, tengo que contarte esta historia que me ha dejado con la boca abierta. Resulta que mi sobrina, la pequeña Eulalia, acaba de cumplir los dieciocho años y, como todo el mundo, estaba feliz con la fiesta, los globos, los regalos y la tarta de chocolate que le llegó en una caja de papel de colores. Cuando los padres, Lidia y yo, le preguntamos de quién era el gran galán que había llegado con un ramo de rosas y una caja de bombones, ella solo nos lanzó una sonrisa pícara y dijo: ¡No me molestéis, que es un chico guapo! Todo lo sabré luego, pero ahora dejadme disfrutar.

Los papás, intentando no presionar, se quedaron tranquilos. Pero, en cuestión de meses, durante una cena tranquila, Eulalia dejó caer la bomba: ¡Me caso! Y, como si fuera una escena de esos dramas de la tele, nos presentó a su prometido. Resultó ser Arturo, un hombre de treinta y ocho años, casi la misma edad que yo. La sorpresa nos dejó sin palabras.

Lidia, intentando mantener la compostura, preguntó: ¿De verdad, Eulalia? ¿Ese es tu futuro marido?. Yo, con la cara roja, dije: Mira, cariño, te queremos, pero ¿estás segura de que ese hombre es el indicado?. Eulalia, sin perder la postura, tomó la mano de Arturo y afirmó: Mamá, papá, él es Arturo, mi novio. Llevamos un año juntos y nos vamos a casar. Yo, que ya estaba empezando a temblar, le replicó: Arturo, ¿no te parece que tienes la misma edad que yo? Yo tengo treintayocho, y tú le llevas veinte años a mi hija. Arturo, con una sonrisa de medio lado, contestó: Señor, la edad son solo números. Lo que importa son los sentimientos y la sintonía que tenemos.

Lidia, sin perder la calma, intervino: Arturo, dime, ¿has pensado en que dentro de veinte años tú tendrás cincuentayocho y ella treintayocho? ¿Quién sostendrá la familia entonces?. Arturo, como si fuera la pregunta más tonta del mundo, respondió: Yo tengo trabajo estable, tengo un piso en el centro de Madrid, ingresos de dos mil euros al mes y puedo proporcionar todo lo que necesiten.

Yo intenté ser más suave: ¿Y si esperáis un poco, que se conozcáis mejor antes de lanzaros al Registro Civil?. Eulalia, con voz firme, replicó: No quiero esperar, papá. Lo que siento es real. Yo, furioso, me levanté de un salto y dije: ¡Esto es una prisa! Parecéis aprovecharos de la inocencia de una chica de dieciocho años. Arturo, manteniendo la calma, contestó: Yo no aprovecho a nadie, solo quiero amar a una mujer adulta y responsable.

Lidia, intentando calmar la tormenta, añadió: Vamos, cariño, solo queremos lo mejor para nuestra hija, que es nuestra única tesoro. Arturo, sin perder la dignidad, dijo: Entiendo vuestro enfado, pero si me ponéis una denuncia, perderéis la confianza de vuestra hija para siempre. Yo, con los puños apretados, exclamé: ¡Voy a llamar a la policía!. Eulalia, al oír eso, saltó del asiento y gritó: ¡Papá, estás loco! No puedes destruir mi vida por prejuicios. Arturo, con la misma serenidad, replicó: Señor, si insiste, perderá la relación con su hija.

Después de un largo silencio, Lidia se acercó a mí, tomó mi mano y dijo: Juan, siéntate, por favor. Necesitamos tiempo para asimilarlo. Yo, cansado, acepté: Vale, hablemos con Arturo en privado. Eulalia, con una sonrisa, respondió: Mamá, solo necesito vuestro voto de confianza, nada más.

Arturo, firme, añadió: Estoy dispuesto a que me examinen, pero mi decisión es final: me caso con Eulalia. Nosotros, viendo su determinación, comprendimos que no serviría de nada lanzar ultimátums. Unas semanas después, tras varias charlas, con Arturo explicando sus planes, sus ingresos, su piso en la Gran Vía y su intención de seguir estudiando para terminar la carrera, los nervios empezaron a calmarse.

Lidia, con una mirada tierna, dijo: Eulalia, te queremos y queremos que seas feliz. Yo, más calmado, concluí: Si de verdad la amas, te aceptamos, pero vigilaremos. Arturo, aliviado, respondió: Haré todo lo necesario.

La boda se celebró tres meses después, en una pequeña capilla del barrio de Salamanca, con amigos, tapitas y vino tinto. Los primeros meses fueron como sacados de una película: Arturo llevaba a Eulalia en brazos, pagaba la universidad, les compró un coche de segunda mano y la cuidaba como si fuera su tesoro.

Un año después, nació su primer hijo justo el día del cumpleaños de Arturo. Yo, con los ojos llenos de lágrimas, lo vi salir del hospital y comprendí que el chico había demostrado ser un buen yerno. Tres años más tarde, llegó el segundo bebé, mientras Eulalia terminaba su carrera en Psicología. Arturo, ahora con un sueldo de tres mil euros, seguía manteniendo a la familia, y yo y Lidia nos habíamos convertido en sus mejores amigos, compartiendo jornadas de pesca y cervezas en la terraza.

Así que, amiga, esa es la historia de mi sobrina que, contra todo pronóstico, encontró al amor a su edad y, con un poco de paciencia, todos terminamos felices. ¡Un abrazo!

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