Aún no ha llegado. Últimamente, está agobiado por el trabajo y llega cada vez más tarde.

Life Lessons

Todavía no había llegado. Últimamente, estaba agobiado de trabajo y llegaba cada vez más tarde. Lucía acostó a los niños y se fue a la cocina a prepararse una taza de té. Javier todavía no había vuelto a casa. En las últimas semanas, se había visto desbordado por el trabajo y el cansancio, así que solía retrasarse. Lucía lo comprendía e intentaba ahorrarle preocupaciones domésticas. Al fin y al cabo, él era el único que llevaba dinero a casa.

Poco después de casarse, decidieron que Lucía se ocuparía del hogar y de los futuros niños, mientras que Javier aseguraría el bienestar de la familia. Así, uno tras otro, llegaron sus tres hijos. Javier se emocionaba cada vez y decía que no pensaba detenerse ahí.

Lucía, en cambio, estaba exhausta de los infinitos pañales, biberones y noches en vela. Decidió tomarse un descanso de tener más niños.

Javier llegó a casa pasada la medianoche, algo achispado. Cuando ella le preguntó por qué llegaba tan tarde, él respondió:
Lucía, nos hemos hundido en trabajo, así que salimos a relajarnos un rato.
¡Cariño! sonrió ella. Ven, que te prepare algo de comer.
No hace falta. Me comí unas alitas de pollo y se me quitó el hambre. Mejor me voy directo a la cama.

Se acercaba el Día de la Madre. Lucía, tras pedirle a su madre que cuidara de los niños, se fue al centro comercial. Quería celebrar esa fecha de una forma especial: una cena romántica solo para ellos dos. Su madre aceptó quedarse con los pequeños.

Además de víveres y regalos, Lucía decidió comprarse algo para ella. No había adquirido nada desde hacía tiempo le daba vergüenza pedirle dinero a Javier para ropa, y tampoco tenía dónde ponérsela. Lo último que compró fue un pijama, pero no era adecuado para la velada planeada. Así que entró en una tienda de moda y, tras elegir unos vestidos, se metió en el probador.

Estaba probándose el segundo vestido cuando escuchó la voz familiar de su marido en el probador de al lado:
Mmm, ¡qué ganas tengo de quitártelo!
Siguieron risitas coquetas.
¡Ten un poco de paciencia, sinvergüenza! ¡Vete a comprarle algo a tu esposa!
¿Para qué lo necesita? Está metida hasta el cuello con los niños. A ellos les da igual cómo vaya vestida, ¡solo quieren comer, que les cambien el pañal y que recojan sus juguetes! ¡Le compraré una olla rápida! O quizá una panificadora, ¡que disfrute!

Lucía sintió un escalofrío. Siguió probándose vestidos como un autómata, pero concentrada en escuchar las voces del probador vecino.

¿Y si te pregunta en qué te has gastado tanto dinero? La olla y la panificadora no cuestan tanto se rio la chica.
¿Por qué tengo que dar explicaciones sobre mi dinero? ¡Yo trabajo, ella se queda en casa! Le doy una cantidad fija para la casa y es suficiente. ¡Debería darme las gracias!

Parece que terminaron de probarse cosas y las voces se alejaron. Lucía echó un vistazo cauteloso y vio a su adorado esposo en caja, pagando sus compras junto a una rubia. Tras pagar, no dudó en besarla, justo delante de la cajera.

¿Se encuentra bien? preguntó la dependienta, al ver a Lucía aún en el probador.
Sí, sí, todo bien respondió ella, apartando la cortina y entregándole la ropa.

En casa, Lucía relevó a su madre y acostó a los niños para la siesta. Empezó a hacer planes. Nunca esperó semejante traición por parte de su marido. No tanto por la

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