Liza permanecía en medio del salón, con un billete de vacaciones en su bolso

Life Lessons

Lucía estaba en medio del salón, con un billete de vacaciones en su bolso. Los ojos de Alejandro estaban rojos de ira, y su voz rebotaba en las paredes como un eco. Ella sentía cómo todos los años de sacrificios, todos los sueños enterrados bajo el peso de la hipoteca y las promesas incumplidas se acumulaban dentro de ella como una ola, lista para ahogarla.

Alejandrodijo en un susurro, casi suplicante, ¿recuerdas cuando firmamos la hipoteca? Dijiste que seríamos un equipo, que sobreviviríamos juntos, que lucharíamos por nuestro futuro. Yo lo hice. Cargué con el peso. ¡Siete años! Y ahora, cuando por fin podríamos respirar ¿me dices que el baño de tu madre es más importante que mi alma?

Él se giró bruscamente, evitando su mirada.

No lo entiendes, Lucía. Es mi madre. Si no la ayudamos, ¿quién lo hará?

¡¿Y yo qué soy para ti?!estalló ella, alzando la voz por primera vez. ¿No soy tu familia? ¿Yo, la mujer que pagó cada cuota, que renunció a ropa, a vacaciones, a amigos, solo para que saliéramos adelante? Tu madre ya vivió su vida. ¡Yo sigo esperando la mía!

Alejandro guardó silencio. Estaba dividido entre dos lealtades.

Los días siguientes transcurrieron en un pesado silencio. Margarita llamaba cada día, preguntando cuándo empezaría la reforma del baño. Él respondía con evasivas o evitaba las llamadas. En el piso, entre ellos, crecía un muro invisible y frío. Ella dormía de espaldas; él pasaba las noches con el móvil en la mano, navegando sin rumbo.

Pero Lucía ya tenía un plan.

Una mañana, hizo la maleta. Dos vestidos de verano, un bañador que nunca había usado, sandalias y su pasaporte. Sobre la mesilla, dejó una nota breve:

*”Alejandro, he soñado con el mar durante siete años. Me voy, quieras o no. Tú decides si estarás a mi lado o te quedarás. La elección es tuya. L.”*

Cerró la puerta tras de sí sin mirar atrás.

En el avión, con el billete a Mallorca en su bolso, sintió que parte del peso que llevaba años cargando se desvanecía. Miró por la ventanilla las nubes y recordó su infancia, cuando viajaba con sus padres a la Costa Brava. Recordaba el olor a sal, el sonido de las olas, la arena caliente bajo sus pies. Por primera vez en años, sintió esperanza.

En el hotel, se sentó en el balcón y contempló el intenso azul del Mediterráneo. Su corazón latía más rápido, como si recuperara la vida. Esa noche, bajó a la playa, dejó que las olas le mojaran los pies y lloró, no de tristeza, sino de alivio.

Alejandro, al quedarse solo, encontró la nota. La leyó una y otra vez, cada palabra le quemaba en la mente. Se imaginó a Lucía en la playa, con los ojos brillantes y una sonrisa que no veía desde hacía años. Entonces lo comprendió: le había robado sus mejores años, y ahora podía perderla para siempre.

Esa noche, cuando Margarita volvió a llamar, respondió con frialdad:

Mamá, el baño puede esperar. Lucía no.

Por primera vez, su madre no supo qué decir.

Tres días después, Alejandro aterrizó en Palma. La buscó en la playa, por las callejuelas llenas de buganvillas, en el restaurante del hotel. Al final, la vio sentada sola en una mesa, con una copa de vino blanco.

Lucíamurmuró, emocionado. He venido.

Ella lo miró largamente, en silencio. En sus ojos había dolor, cansancio, pero también un destello de nostalgia.

No sé, Alejandrodijo lentamente. No sé si tengo fuerzas para creer en nosotros.

Te lo juro, esta vez estaré a tu ladorespondió él. No quiero que tengas que elegir entre nosotros y mi madre. Ella ya vivió su vida. Tú eres mi vida ahora.

Palabras sencillas, pero que la tocaron hondo. Le permitió sentarse a su lado. No era un perdón completo, pero era un comienzo.

Esas vacaciones no fueron solo playa y sol. Fueron para recuperarse a sí mismos. Lucía nadaba durante horas, reía como antes, disfrutaba de los mariscos con apetito. Alejandro la miraba como si redescubriera a la mujer de la que se había enamorado.

El último día, tumbados en las hamacas, Lucía dijo:

Si quieres seguir juntos, Alejandro, debemos aprender a vivir para nosotros. No podemos ser eternamente esclavos de las necesidades ajenas.

Él asintió. Sabía que no sería fácil, pero entendió lo que realmente habían arriesgado.

Al volver, Margarita insistió de nuevo con la reforma. Esta vez, Alejandro fue firme:

Mamá, te ayudaremos en lo que podamos. Pero no cargaremos con toda tu vida. Lucía y yo también debemos vivir para nosotros.

Ella lo miró con sorpresa y alivio. Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió sola en la lucha.

Los años siguientes fueron distintos. No perfectos, pero distintos. Cada verano, viajaban a la costa, aunque solo fuera unos días. Lucía se permitía pequeños lujos: un vestido nuevo, perfume, una cena a la luz de las velas. Y cada vez que recordaba esos siete años de sacrificios, pensaba que había valido la pena, porque ahora sabía luchar por sus sueños.

Porque en la vida, la verdadera libertad no comienza cuando pagas la última cuota al banco. Comienza cuando eres capaz de decir “no” a quienes quieren arrebatarte el alma.

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