Como Javier encontró a una mujer que no le costaba dinero. Pero no le gustó.

Life Lessons

Como Basilio encontró a una mujer que no requería gastos. Pero no le gustó.

Mire, ya he intentado encontrar mujer en apps de citas muchas veces, pero me consume demasiado tiempo y energía Hay que escribirles, intentar interesarlas, machacar teclas, escuchar sus rollos femeninos aburridos Si pudiera evitar todo eso, le estaría eternamente agradecido dijo Basilio. ¿Podría hacer que ella me eligiera a mí, sin conversaciones, sin memorizar chistes de revistas como *FHM*, sin fingir erudición?

¡Claro! encogió los hombros la criatura, una masa de humo gris y acre. Hoy todo es posible, total, para esto me invocaste.

Perfecto. Y apunte también que no pienso gastar ni un céntimo en ella. Nada de cafés caros, ni pasteles de miel a mi costa que ni sé si valdrán la pena. Sin camisas planchadas, sin esconder la tripa, sin fingir ser alguien Que me lleve directo a su casa. ¿Se puede?

El ser nebuloso materializó una libreta y un bolígrafo. Anotó el pedido con la precisión de un camarero de lujo y asintió.

Como quieras. ¿Algo más?

Pues que no pida nada material, claro. Las de aquí siempre exigen iPhones, diamantes, abrigos de piel Yo nunca he regalado nada, pero otros lo cuentan. Amor desinteresado, sin rastro de interés, como esas europeas o filipinas. Me flipa cómo allá las mujeres trabajan y los maridos se quedan en casa, y nadie les critica. Pero aquí ya te cuelgan el cartel de *”mantenido por una tía”*. Nada de eso.

¡Hecho! dio otro encogimiento de hombros. Pero, Basilio, pides como si hubieras ido a una agencia matrimonial y no a un demonio. Mujeres así hay sin magia, y tú tienes oportunidades únicas. ¿No quieres algo más?

Vale, que sea hacendosa contó con los dedos. Que cocine bien, limpie, y que no se le ocurra pedirme tonterías feministas. Uno. Que nunca me dé la tabarra, que siempre sea cariñosa y feliz al verme. Dos. Y que no quiera hijos. Tres. Eso es clave, todos saben que los hijos los quieren ellas. A mí no me interesan. Nada más.

Qué modesto el humo movió la cabeza con desdén. No es mi lugar, pero ¿y el físico? Sin magia, las que cumplen eso no son precisamente *misses* ni jóvenes. ¿O quieres una universitaria?

¡Sí, una universitaria! Basilio saltó de entusiasmo. Casi lo olvida. Alta, guapa, esbelta, piel de melocotón. Pero tierna, compasiva, de gran corazón. Las de ahora son todas egoístas, ya sabe

¡Vaya que sí lo sé! la criatura sonrió (o al menos eso pareció, aunque el humo no tiene boca). Pero a Basilio le dio igual. Pronto la conocería. Mejor dicho, ella lo encontraría, lo llevaría a casa, y

Cerró los ojos, extasiado. Cuando los abrió, estaba tirado en la nieve de un vertedero desconocido. Junto a él, una piel de salchicha y una espina de pescado. Le ardía el costado. Todo parecía enorme, extraño. Solo la risa femenina, dulce como campanillas, seguía envolviéndolo.

¡Mira, Natalia, qué gato más mono! Pobrecito, los perros lo habrán atacado. Me lo llevo a casa. Lo cuidaré, lo mimaré

Eres demasiado buena, Anita contestó otra voz, áspera y molesta. Siemre recogiendo animales. ¿Y si empieza a maullar en primavera? O a pedir gatitos

No lo hará, lo llevaré al veterinario. Ven aquí, pequeño

Unos dedos finos lo levantaron con fuerza. Basilio quiso gritar, pero solo salió un *miau* lastimero.

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