Había una vez un hombre llamado Vasilio, pero en esta tierra lo llamaremos Vicente. Era un tipo peculiar, de esos que creen que la vida les debe todo sin dar nada a cambio.
Mire usted decía Vicente, frotándose las manos con aire de suficiencia, ya he probado suerte en esas aplicaciones de citas, pero qué pérdida de tiempo. Siempre hay que escribirles, esforzarse por interesarlas, machacarse los dedos contra el teclado, escuchar sus problemas femeninos ¿No habrá manera de saltarse todo eso? suspiró. Lo ideal sería que la mujer me eligiera a mí, sin conversaciones tediosas, sin tener que memorizar chistes de revista ni fingir que sé de todo.
La criatura que tenía frente a él, un ser de humo gris y espeso, se encogió de hombros.
Claro que se puede. Para eso me has invocado, ¿no? Hoy se te concede cualquier capricho.
Perfecto asintió Vicente, frotándose las manos con avidez. Ahora, apunte esto: que no gaste ni un euro en ella. Nada de cafés, ni pasteles, ni regalitos inútiles. Que no tenga que ponerme camisa, disimular la tripa o fingir que soy interesante. Que me lleve directo a su casa. ¿Factible?
El ser de humo, con gesto de camarero solícito, sacó un cuaderno imaginario y anotó el pedido.
Como usted diga. ¿Algo más?
Pues que no espere lujos, claro. Las de aquí siempre quieren móviles nuevos, joyas, abrigos de piel Yo nunca he caído en eso, pero otros me lo cuentan. Solo amor desinteresado, como esas europeas o filipinas que no piden nada. Allá las mujeres trabajan y los hombres se quedan en casa, y nadie les dice nada. Pero aquí, en cuanto un hombre respira, ya le cuelgan el cartel de “mantenido”. Nada de eso, ¿eh?
Queda anotado respondió el ser, aunque sus ojos humeantes brillaron con cierta burla. Pero, Vicente, me parece que te estás quedando corto. Podrías pedir mucho más. Mujeres así hay a montones sin necesidad de magia.
Vicente, animado, comenzó a enumerar con los dedos:
Que sea hacendosa. Que cocine bien, limpie, y que no espere que yo mueva un dedo. Que nunca me critique, que siempre esté cariñosa, que se alegre solo de verme. Y, sobre todo, que no quiera hijos. Eso es clave. Los niños son cosa de mujeres, y a mí no me interesan. Nada más.
El ser de humo sacudió la cabeza.
Qué modesto ¿Y el físico? Podría encontrarte una así ahora mismo, pero sería mayor y poco agraciada. Imagino que prefieres una jovencita, ¿no?
¡Exacto! exclamó Vicente, emocionado. Una estudiante, alta, guapa, esbelta, con la piel suave como un melocotón. Pero que sea dulce, compasiva, de buen corazón. Las de ahora ya no son como antes
Claro que no murmuró el ser, y por un instante, Vicente creyó ver una sonrisa burlona en aquel rostro nebuloso. Pero no importaba. Pronto encontraría a la perfecta. O mejor dicho, ella lo encontraría a él, lo llevaría a su hogar, y
Vicente cerró los ojos, imaginando aquel futuro delicioso. Pero cuando los abrió, estaba tirado en la nieve, entre basura y restos de pescado. Le dolía todo el cuerpo. El mundo parecía enorme, extraño. Solo el sonido de una risa femenina, fresca como campanillas, resonaba en el aire.
¡Mira, Lucía, qué gato más mono! Pobrecillo, seguro que los perros lo han maltratado. Me lo llevo a casa. Lo cuidaré, lo mimaré
Eres demasiado buena, Ana respondió otra voz, más áspera. Siempre recogiendo animales. ¿Y si mañana empieza a maullar en primavera? ¿O si quiere tener gatitos?
No pasará. Lo llevaré al veterinario susurró Ana, acercándose. Ven aquí, pequeñín
Unos brazos femeninos lo levantaron con firmeza. Vicente quiso gritar, pero de su garganta solo salió un débil maullido.







