Pastelito con el dinero ajeno

Life Lessons

El pastel a costa de otros

Hijo, ponme la mano en el corazóntengo la tensión por las nubes. El médico dijo que necesito medicinas caras… ¿Verdad que ayudarás a tu madre?

***

El apartamento olía a vainilla y café recién hechoLucía acababa de sacar del horno un pastel de manzana y canela. La corteza dorada crujía bajo el cuchillo, y el aroma cálido envolvía la cocina como si el otoño mismo hubiera asomado por la ventana. Lucía colocaba con cuidado los trozos de pastel en platos de porcelana cuando el timbre sonóagudo, insistente, como el golpe de un metrónomo.

En la puerta estaba su suegraIsabel Martínez. Con un elegante abrigo de cachemir color verde mar, el pelo plateado perfectamente peinado y una sonrisa brillante. En la mano llevaba una bolsa de una pastelería de lujodonde los dulces costaban lo mismo que el presupuesto diario de la familia.

¡Lucita, hola, cariño!canturreó, extendiendo los brazos para un abrazo. Pasaba por aquí y quise verte. ¡Huele tan rico! Como cuando era niña…
Lucía sonrió con reserva, sintiendo cómo crecía dentro de ella una tensión familiarcomo un resorte a punto de saltar. Sabía que la visita no era casual.

…Isabel comenzó a aparecer con insistencia en sus vidas tres años atrásdespués de que su marido, el padre de Javier, abandonara el hogar. Al principio todo era encantador: cenas los domingos, conversaciones cálidas con el té, ayuda en casa. Pero poco a poco las visitas aumentaron, y las peticiones se volvieron más urgentes.

Javi, hijo míosuspiraba Isabel, llevándose la mano al corazón con teatralidad, la tensión no me deja en paz. El médico recetó medicinas carísimas… ¿Me ayudarás?
Javier, bondadoso y complaciente, nunca decía que no. Al principio eran cantidades pequeñascinco, diez euros. Luego veinte, treinta. Lucía intentó hablar con él, pero él solo se molestaba:

Lucía, basta ya… Mamá está enferma, ¿no lo ves? No podemos abandonarla. Es mi madre.
Mientras, Isabel “olvidaba” mencionar que las medicinas ya estaban compradas, y el dinero se esfumaba en “vitaminas urgentes”, “tratamientos exclusivos” o “ayuda para una amiga”.

Hasta que un día Lucía vio en redes una foto de su suegra en una cafetería. Sonreía con un capuchino y un pastel de frambuesa, y la leyenda decía: *”Un jueves dulceel mejor remedio contra la tristeza”*.

Lucía frunció el ceño. La noche anterior, Isabel había llamado a Javier llorando:

Hijo, me siento fatal… Se me acabaron las pastillas y el médico dice que necesito otras, importadas, que cuestan un dineral… No sé dónde conseguirlo…
Lucía le mostró la foto a Javier. Él se quedó mirando la pantalla, como si intentara borrarla. En sus ojos hubo confusión, pero pronto encontró una excusa:

Quizá es una foto vieja. O quizá solo quería darse un gusto… Hasta los enfermos merecen alegrías pequeñas.

Javidijo Lucía, con un nudo en la garganta, gasta tu dinero en cafés y pasteles mientras nosotros ahorramos para la lavadora nueva. ¿De verdad no lo ves?
Esa noche, Isabel llamó a Javier llorandoLucía oyó los sollozos a través del auricular:

Javi, me siento tan sola… No te imaginas lo dura que es la vida. Y ahora Lucita me ataca… Dice que malgasto el dinero… Solo quiero un poco de cariño…
Javier se volvió hacia ella, ceñudo, con los labios apretados.

¿Otra vez con lo mismo?preguntó, tirando el móvil sobre la mesilla con un golpe seco. ¡Está al límite y tú la hundes más!
Lucía sintió el enfurecerse, caliente como metal fundido.

No me he metido con ella. Solo quiero que veas la verdad. ¡Te manipula! Usa tus sentimientos…
¡Eres una tacaña!gritó Javier, y las palabras flotaron como humo venenoso. ¿Te duele gastar en mi madre? ¡Es mi sangre!
Lucía salió en silencio, cerrando la puerta con un clic suave. Afuera, la lluvia repiqueteaba contra el cristal, como un eco de su caos interior…

…Al día siguiente, Isabel llegó para “hacer las paces”. Traía florescrisantemos envueltos en papel morado, se disculpaba por sus “emociones”, pero en sus ojos había cálculo tras la máscara del arrepentimiento.

Lucita, sé que te preocupa el dinerodijo con dulzura, removiendo el té. Sus movimientos eran hipnóticos. Pero ya sabes lo importante que es cuidar a los mayores. No pido mucho… Solo un poco de ayuda.
Lucía apretó la taza hasta que le dolieron los dedos. El aroma a té, antes calmante, ahora la asfixiaba.

Isabel, ¿no piensa que nosotros también nos cansamos? Que necesitamos dinero para el piso, para vacaciones, para el futuro…
Isabel alzó las manos, y sus pulseras chocaron con un tintineo.

Ay, cariña, eres tan joven… No entiendes cómo llega la vejez. Ayer casi me desmayo… El médico dice que necesito vitaminas, análisis, masajes… Todo cuesta.
Lucía iba a responder, pero Javier llamó.

Mamá, ¿dónde estás?su voz sonaba preocupada. Estoy intranquilo.
Hijo, estoy en tu casaarrulló Isabel, y su voz se suavizó como seda. Tomando el té con Lucía, todo tranquilo.
Lucía salió al balcón. El viento frío le golpeó la cara, pero era mejor que el aroma denso de las flores y las disculpas fingidas.

…Una semana después, Lucía reunió todos los recibos, capturas de pantalla y fotos que había guardado y organizó una reunión familiar. La mesa del salón se convirtió en un campo de batalla: papeles ordenados como cartas de estrategia.

Javier, miradijo con firmeza, desplegando los documentos. Un recibo de farmacia de cincuenta euros. Una foto de tu madre en una cafetería ese mismo día. Un mensaje donde dice que está “muy mal”, y una hora después sube un selfi del teatro.
Javier miraba los papeles, y su rostro se oscurecía. Tomaba las fotos, leía los mensajescomo armando un rompecabezas que no quería completar.

Mamá, ¿es verdad?preguntó cuando Isabel llegó de visita. Su voz sonaba herida.
Isabel palideció, pero se recompuso rápido. Se llevó la mano al pecho, y las lágrimas aparecieronreales o no, era imposible saberlo.

Hijo, el teatro es mi pasión… ¿Es un crimen darse un gusto? No lo gasto todo, solo quiero sentir que vivo…
¡Pero decías que era para medicinas!la voz de Javier tembló. ¿Me mentiste todos estos meses?
Yo… solo quería que no me olvidarassusurró Isabel, y las lágrimas rodaron. No llamas, no vienes… Me sentía tan sola…
Lucía observaba la escena. Sabía que Isabel tocaba los sentimientos de su hijo como un violín, sacando las notas que quería. Pero esta vez Javier no cayó.

¡Basta!gritó, y su voz retumbó. ¡Basta de juegos! Me usaste. Sabías que no podría negarme y abusaste de eso. Y encima acusaste a Lucía de egoísta… Es bajo. Y ruin.
Isabel soll

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