¿Ya es otro? Galina ni siquiera pensó en lo que diría la gente – susurraban los vecinos al ver a un hombre en el patio de la viuda.

Life Lessons

¿Ya tiene otro? A ver qué dice la gente… murmuraban los vecinos al ver a un hombre en el patio de la viuda.

En un pueblo donde todos se conocen: quién es el padrino de quién, quién plantó patatas el año pasado y quién se ha divorciado tres veces, no se puede ocultar nada. Por eso, cuando la viuda Lucía llevó a su casa a un nuevo hombre, todos cuchichearon: «No pudo resistir sola». Pero nadie dijo nada en voz alta, porque Lucía era una mujer trabajadora, honrada, y además había criado a sus dos hijos sin ayuda.

Javier apareció en su casa en otoño. Callado, con manos fuertes que conocían el azadón y el martillo, y una mirada tranquila que observaba a los niños sin prepotencia, como si supiera que todo se arreglaría. Aunque a Carmen le faltaba poco para cumplir diez años y a Diego ya le habían salido los doce, apenas recordaban a su padre: se fue cuando ellos empezaban el colegio.

Las primeras semanas, Carmen observaba a su padrastro de reojo.

Mamá, ¿y éste cuánto tiempo se queda? preguntó una tarde.

Lo que Dios quiera, hija. Es un buen hombre respondió Lucía, bajando la voz. Estoy cansada de hacerlo todo sola.

Pero nosotros te ayudábamos protestó Diego.

Sí, ayudabais. Pero sois niños. Y una quiere vivir no solo con preocupaciones, sino también con algo de calor.

Javier no forzaba las cosas. Esperaba. Cada mañana cortaba leña, arreglaba la valla, y una noche llegó con un cesto de pollitos.

Hay que levantar la casa otra vez. Y los niños necesitan huevos frescos.

¿Y por qué haces todo esto? Carmen lo miraba con recelo, aunque los pollitos le gustaban.

Porque ahora estoy con vosotros. Aunque no sea vuestro padre, vivir juntos significa repartir el trabajo… y lo bueno también.

¿Mi padre también tenía gallinas?

Javier dudó un instante antes de responder:

Tu padre era un buen hombre. Lo conocí. Trabajamos juntos en el almacén de grano. Hablaba mucho de ti. Eres igual que él.

Carmen se sentó en las escaleras, mirando cómo Javier daba agua a los pollos. Por primera vez pensó: *No quiere reemplazar a papá. Solo quiere estar aquí.*

En invierno, Javier empezó a enseñar a Diego a trabajar la madera.

Esto es un cepillo. No es como jugar con el móvil; aquí las manos tienen que saber lo que hacen.

¡Yo no juego tanto! refunfuñó Diego.

No me quejo. Pero un hombre se hace con las manos… y con la cabeza.

¿Y tú por qué nunca te enfadas?

Javier sonrió.

Porque no sirve de nada. Mejor explicar una vez que gritar cien.

En primavera, el pueblo limpió el manantial del bosque. Diego y Carmen no querían ir.

¡Que vayan los jóvenes! gruñó el chico.

¿Nosotros somos viejos? Javier se rio. Id, porque si esperáis a que otros lo hagan, nunca haréis nada. La fuerza de una persona está en coger la pala, aunque nadie le obligue.

Allí, los niños oyeron por primera vez a los hombres decirle a Javier: «¿Éstos son los tuyos, el chico y la niña?». Y él solo respondió: «Sí. Ya son míos».

Carmen empujó a Diego.

¿Lo has oído?

Sí.

¿Y?

Pues… se siente bien. Como si no faltara nada.

Una tarde, Diego llegó del instituto cabizbajo. Cuando Lucía le preguntó qué pasaba, confesó que había discutido con unos chicos.

¿Por qué? preguntó ella, conteniendo las lágrimas.

Porque dije que Javier es como un padre para mí. Y ellos: «Entonces eres un adoptado, te cría un extraño». Les dije que prefiero un extraño bueno a un padre de sangre que no está.

Javier guardó silencio. Se sentó frente a Diego.

No te pido que me llames padre. Pero recuerda, hijo: no te abandonaré. Digan lo que digan.

No es eso. Es que… me cuesta decir «papá» sin acostumbrarme.

No hay prisa. La palabra «padre» es como el pan: no se come así como así. Hay que esperar a que esté listo.

Pasaron dos años. Diego terminaba la ESO. En el pueblo se rumoreaba que estudiaría mecánica. Una noche, sentados en el patio bajo las estrellas, el olor a tomillo en el aire, Diego habló.

Javier… estoy preparando un discurso. Sobre alguien que es un ejemplo para mí. Quiero hablar de ti. ¿Puedo?

Javier tosió y asintió.

Solo no exageres murmuró.

No sé exagerar cuando hablo de corazón.

En la graduación, Diego habló del «hombre que no estuvo en mi cuna, pero se convirtió en un padre de verdad». Lucía lloraba. Entre las mujeres, alguien susurró:

Y luego dicen que un padrastro es un extraño. Cuando las almas se unen, la sangre no importa.

Para el cincuenta cumpleaños de Javier, Carmen le regaló una camisa bordada y una carta:

*«Papá, gracias por la leña, los pollos, la paciencia… y por enseñarnos a no esperar el bien, sino a crearlo. Eres nuestro padre no porque tuvieras que serlo, sino porque quisiste. Y por eso te queremos aún más.»*

Javier se quedó mirando la carta. En silencio.

Luego le dijo a Lucía:

Ya han crecido. No son extraños.

Ella sonrió.

Porque tú nunca los trataste como tales.

Para ser padre, no siempre hace falta compartir sangre. A veces, el amor, la bondad y los pequeños gestos pesan más que los lazos biológicos. Porque la familia se hace día a día.

Rate article
Add a comment

three × three =