Teníamos muchas esperanzas de que mi madre se jubilara, se fuera al pueblo y nos dejara a mí y a mi marido su piso de tres habitaciones.
Quiero hablaros de mi vecina Lucina. Ahora tiene 68 años. Vivía sola en su apartamento. Hace poco, alquiló su piso y se marchó de viaje.
Su hija, Alicia, vino a quejarse conmigo:
¿Qué está haciendo mi madre? ¡Me ha decepcionado mucho! Ahora mi suegra me grita diciendo que de mayor también me volveré loca. Dice que de tal palo, tal astilla. ¡Y eso que mi marido y yo acabamos de pedir un préstamo para el coche! Llevamos dos meses de retraso en los pagos. Confiábamos tanto en que mamá nos ayudaría ¡Pero nos ha fallado! Ha alquilado el piso y se ha ido de vacaciones.
La miré con sorpresa: ¿por qué su madre tenía que pagarles el coche? Alicia siguió quejándose:
Mi suegra está muy enfadada porque vivimos con ella en su casa, ¡y mi madre ha alquilado la suya!
Entiendo que Alicia espera mi compasión, pero yo creo que Lucina hizo lo correcto. Tiene derecho a vivir como le plazca. ¿Por qué la gente piensa que una mujer, al jubilarse, debe dedicarse por completo a sus hijos y nietos? ¡No es justo! Le pregunté:
¿Por qué no confías en ti y en tu marido? ¿En vuestro propio esfuerzo? ¿Por qué no dedicaste estos 15 años de matrimonio a comprar vuestra propia casa? Así tu suegra no tendría nada que reprocharte.
Alicia respondió:
¡Es que teníamos la esperanza de que mi madre, al jubilarse, se iría al pueblo y nos dejaría su piso de tres habitaciones!
Decidí bromear un poco:
¿Y si Lucina también se casa? Tenía una amiga que se fue de vacaciones a Grecia, conoció a un hombre y se casó con él. Ahora vive allí feliz. Quizá ella haga lo mismo.
Alicia me miró con los ojos como platos. Hace poco vi fotos de Lucina en internet. Decía que estaba disfrutando mucho y viviendo la vida. Me alegré por ella. Creo que actuó bien. La edad no es un obstáculo para ser feliz ni para vivir nuevas experiencias.
