Si encontraras a un hombre de verdad como es debido

Life Lessons

**Diario de un hombre**

Hoy vino la madre de Lucía. Desde que nos casamos, Doña Carmen no ha dejado de recordarle a su hija que podía haber elegido a alguien mejor. Alguien con dinero, con propiedades, alguien que no la obligara a vivir de alquiler en un piso pequeño en Vallecas. Pero hoy, por fin, teníamos algo que mostrarle.

¿Cuándo vais a comprar un piso de verdad? preguntó Doña Carmen nada más entrar, mirando alrededor con desdén. Llevábamos tres años en ese apartamento, ahorrando cada euro, y cada visita suya era un martirio.

Lucía respiró hondo antes de contestar.

Estamos buscando algo que se ajuste a nuestro presupuesto, mamá. Algo con reforma, en un buen barrio. No tenemos para un piso nuevo.

Doña Carmen soltó un bufido.

Claro, claro. Si hubieras encontrado a un hombre de provecho, ahora vivirías en un ático en Salamanca. Pero no, te conformas con migajas.

Lucía se levantó de golpe.

Tengo que salir dijo secamente, y salió.

Minutos después, sonó mi teléfono.

¡Javier! grité. ¡Encontré el piso perfecto! Ven ahora mismo a la calle que te digo.

Lucía llegó corriendo. El apartamento estaba en el tercer piso, un dos ambientes con reforma reciente, luminoso, con parqué y muebles incluidos. Lo recorríamos juntos, casi sin creerlo.

¿Lo tomamos? pregunté.

Lo tomamos respondió ella, sonriendo.

Firmamos los papeles esa misma semana. Las siguientes jornadas fueron un torbellino: trámites, cajas, mudanza. Por fin, estábamos en nuestro hogar.

Pero al día siguiente, Doña Carmen apareció en la puerta. Entró sin saludar y miró alrededor con gesto de asco.

¿Y esto es todo? dijo. Pensé que compraríais algo digno. Esto es una cáscara de nuez.

Lucía se quedó helada.

Es nuestro primer piso, Doña Carmen dije yo, intentando calmar las aguas. Con el tiempo, quizá nos mudemos a algo más grande.

Ella arrugó la nariz.

Este piso es como tu marido: mediocre y sin futuro.

Se fue dejando un silencio denso. Lucía temblaba.

No le hagas caso susurré, abrazándola.

Pero las visitas de Doña Carmen continuaron. Cada vez que venía, era lo mismo: críticas, comparaciones, desprecio. Hasta que un día, Lucía estalló.

¡Basta! gritó. Yo amo a Javier. Podría vivir debajo de un puente con tal de estar a su lado. Y si no lo entiendes, no vuelvas.

Doña Carmen se marchó sin decir nada. Lucía lloró en mis brazos, agotada.

No tenemos un ático en Salamanca. No tenemos coche de lujo. Pero tenemos esto: un hogar, un amor sincero. Y eso, al final, vale más que todo el dinero del mundo.

**Lección aprendida:** El valor de una vida no se mide en metros cuadrados ni en euros, sino en el amor que la llena.

Rate article
Add a comment

five × two =