Ahora mismo pensé que tú y yo probablemente somos una familia un poco peculiar

Life Lessons

A veces pienso que nosotros, tú y yo, somos una familia un poco rara musitó Carmen, apoyando la cabeza en el hombro de su marido.

Qué suerte tengo de tenerte respondió Alejandro, rodeándola con un abrazo cálido.

¡Y yo soy feliz a tu lado! contestó ella, sonrojada.

¿Con quién más iba a estar? rió él, acariciándole el pelo. Solo contigo. Eres mi destino. La mejor mujer del mundo.

Carmen no dijo nada. En su lugar, le dejó un beso en la mejilla y se apresuró hacia la cocina para sacar la tarta del horno.

Hoy celebraban sus bodas de plata. Habían decidido hacerlo con sencillez, en la intimidad familiar. Solo ellos y sus dos hijos: Javier, un adolescente de dieciséis años, y Lucía, que acababa de terminar la universidad y había empezado a trabajar.

Aunque Carmen intentó convencerla de quedarse en casa, Lucía prefirió independizarse.

¿Para qué gastar dinero en un piso? le decía su madre. Aquí tienes tu habitación, vivimos felices, ¿por qué irte? Cuando te cases, entonces sí.

Mamá, os quiero mucho, lo sabes, pero necesito probar la vida por mi cuenta. Y además añadió con una sonrisa pícara, cocinas tan bien y haces postres tan ricos que acabaré como un globo. Tú eres delgada, comes y no engordas, pero yo no he salido a ti. ¡Tengo que cuidarme! Y contigo es imposible resistirse.

Carmen sonrió. Lucía no se parecía en nada a ella. Carmen era menuda, casi frágil, con una belleza discreta que no llamaba la atención. Nunca usaba mucho maquillaje, siempre llevaba el pelo recogido y vestía con sencillez. En cambio, Lucía era una belleza, heredada de su padre.

Alejandro era un hombre atractivo. Alto, de espaldas anchas, con una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Aunque los años y los dulces de Carmen le habían añadido algún kilo de más, seguía siendo un hombre que hacía voltear cabezas.

Carmen sabía que, a su lado, ella pasaba desapercibida. Pero no le importaba. Llevaba décadas escuchando susurros a sus espaldas y jamás les daba importancia. Porque para Alejandro, ella era la mujer más hermosa del mundo.

***

Todo había empezado en septiembre, muchos años atrás. Carmen, una estudiante universitaria, iba camino del cumpleaños de su amiga Beatriz cuando entró en una floristería.

Dentro, un joven elegía un ramo. El dependiente, un chico amable, le mostraba opciones mientras lanzaba miradas de admiración. Carmen también lo miró y entendió el interés. Aquel muchacho era extraordinariamente guapo.

Chica, ¿cuál crees que es mejor? ¿Este de rosas rojas o el de claveles? preguntó él de repente, sorprendiéndola.

Carmen, nerviosa, contestó:

Yo me quedaría con los claveles, aunque la mayoría prefiere las rosas.

El chico compró las rosas, pero antes de irse, le dedicó una sonrisa que le aceleró el corazón.

¡Qué tipo más guapo! comentó el dependiente. Parece un actor de cine.

A mí también me lo pareció musitó Carmen, comprando un ramito de margaritas.

Pero su sorpresa fue mayor al llegar a la fiesta y encontrarse allí al mismo chico. Se llamaba Alejandro, había ido con un amigo y, al verla, no dejó de sonreírle en toda la noche.

Beatriz no se lo tomó bien.

¡Él venía para conocerme a mí! le espetó al día siguiente. ¡Y tú te lo has llevado!

Carmen se sintió fatal. ¿Cómo iba alguien como Alejandro a fijarse en ella? Era imposible.

Pero esa misma tarde, él la llamó.

Quedaron en la ribera del río. Cuando llegó, él ya la esperaba, con un ramo de flores silvestres en la mano. Y en ese momento, Carmen supo que estaba perdidamente enamorada.

Su historia no fue bien vista. Muchos le advirtieron que un hombre así no se conformaría con alguien como ella. Pero Alejandro nunca miró a otra.

Un año después, se casaron.

Y aunque llevaban veinticinco años juntos, hubo algo que Carmen nunca había preguntado. Hasta esa noche.

Alejandro ¿Por qué me elegiste a mí? Podrías haber tenido a cualquiera.

Él la miró, sincero.

¿Cómo explicar por qué te enamoras de alguien? Pero si quieres una respuesta Me enamoré de tus ojos, de tu voz, de tu alma. Para mí, eres la mujer más hermosa del mundo. Como esas flores silvestres que tanto te gustan. Tu belleza no grita, no todos la ven. Pero yo sí. Y no la cambiaría por nada.

***

La cena en honor a su aniversario transcurrió entre risas y brindis. En el centro de la mesa, un ramo de flores silvestres. El mismo que Alejandro le regalaba cada año.

Al acostarse, Carmen murmuró:

A veces pienso que somos una familia rara.

¿Por qué? preguntó él, riendo.

En veinticinco años, nunca nos hemos peleado. ¿Eso es normal?

¿Quieres pelear? bromeó, haciéndole cosquillas. ¡Venga, pelearnos!

¡No, no! gritó ella entre risas, escapando. No quiero.

Pues yo tampoco dijo Alejandro, besándola. Nunca.

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