Natalia preparaba la cena cuando llamaron a la puerta. “¿Eres Natalia?”, preguntó una desconocida. “Sí, ¿y tú quién eres?”, respondió Natalia con curiosidad. “Soy la amante de tu marido”, soltó la mujer sin rodeos. “¿De Javier?”, replicó Natalia, frunciendo el ceño. “De Javi”, corrigió la visitante con un tono dulce. “¿Así que os amáis y yo estorbo vuestra felicidad?”, dijo Natalia con sarcasmo. “¿Qué te ha contado? ¿Que nuestros hijos son pequeños y no puede abandonarlos?”. “No Me dijo que había que esperar esperar a que a que tu padre faltara”, murmuró la mujer. Natalia se quedó helada. Su padre, con apenas setenta años, gozaba de buena salud y no pensaba marcharse al otro mundo pronto.
Natalia seguía cocinando cuando escuchó los golpes en la puerta. “Qué raro, tenemos timbre”, pensó mientras abría. Una mujer de su misma edad la observaba con interés.
“Buenas tardes. ¿Eres Natalia?”, preguntó la desconocida.
“Sí. ¿Tú quién eres? No recuerdo haberte visto antes”
“Es normal, no nos conocemos. Soy una buena amiga de tu marido.”
“¿De Javier?”
“De Javi”
“Vaya, qué familiar Aunque no me sorprende. Ya estoy acostumbrada. Eso sí, antes no se presentaban así ¡Siempre llamaban! Pero dime, ¿cómo te llamas?”
“Me llamo Lucía Verás es que”
“Tranquila, Lucía. ¿Os amáis y yo os estorbo?”
“¿Cómo sabes eso?”
“Porque no eres la primera que me lo dice. Pero te ahorro tiempo: no lo retengo. Llévatelo hoy mismo si quieres. ¿Qué excusa te dio? ¿Que los niños son pequeños y no puede dejarme así?”
“No, qué va Sé que vuestros hijos ya son universitarios.”
“¿Ah, sí? ¿Entonces qué? ¿Que estoy enferma y, como buen hombre, no puede abandonarme? Pues mira, estoy perfectamente.”
“Tampoco me dijo eso”
“Entonces, ¿qué más opciones hay? ¿Que lo despedirán si se divorcia porque en su empresa no les gusta? Mentira. A su jefe le importa un bledo la vida privada de sus empleados.”
“No, no es eso Me dijo que había que esperar esperar a que a que tu padre ya sabes”
Natalia se quedó petrificada. Su padre, con su vitalidad, no planeaba irse a ninguna parte.
“Tú debes de estar confundida.”
“En absoluto. Javi me dijo que en cuanto don Antonio pasara a mejor vida, él te dejaría.”
“¿Y por qué no antes? ¿Le da miedo mi padre? No le hará nada, te lo aseguro”
“No, no le teme. Al contrario, lo respeta mucho Pero dice que cuando él falte, tú te mudarás a su piso.”
“¿Qué? ¿Cómo se atreve? Mi padre está estupendo y espero que viva muchos años. ¡Y yo no pienso moverme de mi casa! Es mi propiedad, de antes del matrimonio, y no se la regalaré a él.”
“Pero Javi me aseguró que el piso sería suyo, y que tú te quedarías con la casa de campo, el coche y el garaje”
“¿Ah, sí? Pues qué curioso ¿Y por qué no esperaste a que todo eso pasara? ¿Por qué viniste hoy?”
“Es que Ya no soy joven, y quiero disfrutar de mi felicidad Me da igual si mi amor tiene piso o no. Podemos vivir en el mío.”
“Razonable. Entonces, ¿qué quieres de mí?”
“Que que lo dejes ir. Nada más.”
“Llévatelo.”
“¿Cómo?”
“Que no lo retengo. Nunca lo he hecho. Al principio lo amé, luego pensé que se calmaría, después que los niños necesitaban padre Y últimamente creí que había dejado de liarse con otras. Pero veo que me equivoqué.”
“Sí, te equivocaste ¿Entonces lo dejarás? ¿De verdad?”
“Claro. Si quieres, puedes llevarte sus cosas ahora mismo.”
“No, qué va No puedo cargar peso. Él vendrá cuando le parezca Pero prométeme que lo liberarás”
“No te preocupes, hoy mismo. Más aún, mañana presentaré el divorcio y repartiremos lo que sea justo. Aunque el piso no, eso ya te lo dije. Es de mi abuela, y la reforma la pagaron mis padres. Mi padre guarda todos los recibos, es muy meticuloso Pero tranquila, tú tienes tu casa.”
“Sí, no te preocupes, Javi no se quedará en la calle.”
“No, qué va. Él siempre ha sabido apañárselas.”
“Adiós, Natalia”
“Adiós, Lucía. Espero no volver a verte.”
Lucía se marchó, y Natalia comenzó a hacer las maletas de su marido. No pensaba discutir, pero sabía cómo hacer que él mismo se fuera. Él creería que podría volver cuando quisiera, como siempre Pero esta vez sería diferente.
“¿Hasta dónde llega su desfachatez? Esperar a que mi padre muera para quedarse con mi piso Se ha vuelto un sinvergüenza. ¡Y por mi culpa! Tantos años haciendo la vista gorda Pues se acabó, Javi. Vete con tu Lucía y” pensó, doblando cuidadosamente su ropa.
Javi, al llegar del trabajo, no notó nada raro en su mujer, salvo que se negó a cenar con él. Pero no le importó. Tras comer, como siempre, saldría a su “paseo nocturno” y volvería como si nada.
“Cariño, gracias por la cena Creo que saldré a dar una vuelta.”
“¡Anda, vete, vete!”, pensó Natalia.
“Claro, mi vida. A tu edad es bueno pasear por las noches”
“¿A qué edad?”, se ofendió Javi, que se consideraba un hombre en plenitud.
“Pues, cariño Ya pasas de los cincuenta. No eres un chaval.”
“¿Qué? ¡Si yo estoy!”
“Mi amor, ¿a quién quieres engañar? Sabes que ya no eres el mismo.”
“Natalia, cuidado con lo que dices”
“¿O qué? Te has echado unos kilos, tienes canas”
“¿Kilos? ¿Canas? ¡Estoy en mi mejor momento!”
“Vamos, hombre No te engañes. Hay que afrontar la realidad. Envejeces, como yo”
“Tú no rejuveneces Pero yo sigo estupendo, y las mujeres lo notan.”
“¿Ah, sí? A mí me parece que últimamente hasta te ceden el asiento en el autobús ¿O no? Tú mismo me lo contaste.”
“¿Cuándo?”
“Pues yo sí lo recuerdo. Incluso delante de mí, chicas te han ofrecido el sitio. Decían”
“¿Qué decían?”
“Siéntese, señor, debe de estar cansado.”
“¡Tonterías! Eso nunca pasó.”
“¿No? ¿Ya ni te acuerdas? Vaya, problemas de memoria Por eso te digo, a tu edad conviene pasear Y tomar las pastillas.”
“¡Me estás tomando el pelo! ¡Yo puedo darle veinte vueltas a cualquiera!”
“¿En serio? Lo dudo Llevamos un año durmiendo en habitaciones separadas.”
“¿Y?”
“Nada, solo que Problemas, supongo. A tu edad es normal. Aunque Pedro, mi amigo, está estupendo, y es de tu quinta. Últimamente me dice que me echa mucho de menos”
“¿Qué Pedro?”
“Pedro Cuando te mudaste a la otra habitación, pensé que debía hacer algo. Si tú ya no me necesitabas, yo sig







