Desperté en mitad de la noche y noté un vacío a mi lado. Confundido, extendí la mano buscando el calor de mi esposa, Lucía, pero no estaba. El sueño no volvía, y ella llevaba ya quince minutos sin regresar a la cama. Mi corazón latía con ansiedad, así que me senté y me quedé mirando la oscuridad de la habitación. ¿Y si le había pasado algo? ¿Estaría enferma?
Intenté calmarme, pensando que tal vez Lucía se había desvelado y estaba ocupada con algún trabajo. Pero la inquietud no me abandonaba.
Decidí no seguir preocupándome en vano. Me levanté con cuidado, abrí silenciosamente la puerta del dormitorio y me dirigí de puntillas hacia la cocina. Al acercarme, me detuve antes de llegar.
Escuché su voz. Estaba hablando por teléfono, y el altavoz estaba tan alto que podía oír a la persona al otro lado. Mejor dicho, a la mujer al otro lado.
Sí, cariño, ya he reservado los billetes a Marruecos dijo Lucía con emoción. Pasaremos un tiempo inolvidable juntos. Nadie lo sabrá nunca.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Mi mundo se derrumbó en un instante. Cada palabra, cada frase, me atravesaba como un cuchillo.
¿Tantos años juntos? ¿Tantos planes, alegrías y penas compartidas? ¿Cómo podía hacer esto?
Volví al dormitorio. Tumbado en la oscuridad, noté cómo las lágrimas rodaban por mis mejillas. Mi corazón se partía de dolor, y dentro de mí ardía una mezcla de rabia, humillación y decepción.
Finalmente, con determinación, me levanté, abrí el armario y empecé a meter sus cosas en una maleta.
Cuando Lucía entró en la habitación, me vio con ella y preguntó, sorprendida:
¿Qué pasa?
La miré, con los ojos llenos de decepción y firmeza.
He hecho tu maleta dije con calma. Para que la lleves a Marruecos.
¿De qué hablas? sonrió nerviosa.
No finjas, Lucía. Escuché tu llamada en la cocina.
Se puso tensa, temblándole las manos. Intentó hablar, pero la interrumpí.
El resto de tus cosas las recogerás tú. Ahora, coge la maleta y vete a un hotel o donde quieras. Y después de tus “vacaciones”, no quiero verte aquí nunca más.
Esa noche, mi vida cambió para siempre.
Cuando Lucía se fue, me acosté de nuevo, aunque sabía que no dormiría. Pero una idea no me abandonaba: ahora todo sería distinto. No más ilusiones, no más dolor por una traición. Por fin, era libre.
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