**Diario de Nadia**
*5 de octubre de 2023*
¿En serio creen que un papel del registro civil hace más sólido un matrimonio que vivir juntos sin firmar nada? Se burlaban los hombres de Nadia.
No iré a la reunión de los treinta años de la graduación, luego me entrará la depresión. Que vayan los que van todos los años, a ellos no les importa cómo han cambiado le gritó al teléfono a su única amiga, Rita.
Pero, ¿qué aspecto tienes ahora que te da tanto miedo? preguntó Rita, sorprendida. Nos vimos hace cinco años y estabas normal, ni siquiera habías engordado mucho.
¡No es eso, simplemente no quiero ir! ¡No me insistas, Rita!
Nadia ya quería colgar, esperando que Rita entendiera y llamara a otra persona de la lista. Pero esta vez, su amiga no la soltó.
Nadia, cada vez somos menos.
¿Qué? ¿Alguien se ha ido al otro barrio? Nadia sintió un escalofrío. No se consideraba joven, pero tampoco tan mayor como para que sus compañeros empezaran a morir.
No, no es eso. Algunos se han ido del país. El único que murió fue Andrés Rosales, hace veinticinco años, todavía joven. Ya te lo conté.
Así que no te hagas la remolona. Se reunirá toda nuestra promoción, cuatro grupos, pero en realidad solo serán treinta personas. Ya casaste a tu hijo, ¿no? Pues ahora puedes darte un respiro.
Mientras Rita seguía hablando, Nadia recordó a Andrés. Siempre tenía ojeras y una mirada pesada, y los chicos del grupo lo consideraban débil.
Resulta que su corazón lo era. Estudió mucho, soñó con construir un puente colgante en su pueblo, pero no tuvo tiempo. ¿Y ella? ¿Qué había logrado?
Se enamoró de Íker, un capataz de obra donde trabajó tras licenciarse. Él iba y venía, trabajaba a turnos y volvía a su casa.
Pasaron años juntos, incluso la llamaba su mujer delante de todos. Decía que el amor verdadero no necesitaba papeles.
Hasta que Nadia descubrió que esperaba un hijo e Íker no apareció. Resultó que ya tenía tres hijos y una esposa enferma. Renunció sin decirle nada.
Nadia no pudo exigirle nada a un hombre con esa carga. Dejó la construcción antes de que alguien lo notara, aunque un compañero se despidió con una burla:
¿Ves? Un matrimonio legal sí que es más sólido.
Pero a ella ya le daba igual. Consiguió trabajo en una tienda de comestibles cerca de casa, gracias a una vecina. Su madre, frustrada, la ayudó con el niño, aunque no sin reproches:
¡Yo crié una hija decente! ¡Me maté trabajando para que estudiases! gritaba.
Pues mira cómo salió replicó Nadia, y al instante se arrepintió.
Se abrazaron y lloraron, pero ¿de qué servía?
Por eso, cuando Rita la llamó para la reunión de los cinco años, Nadia no fue. ¿De qué iba a hablar? Mientras ellos mostraban fotos de sus familias y carreras, ella fregaba suelos en tres sitios distintos.
Su hijo, Adrián, fue su único consuelo. Criado con sacrificio, creció agradecido. Pasaba los veranos ayudando a su abuela Irma y a su tía Lidia en el pueblo.
Con los años, Nadia encontró un trabajo a media jornada en su campo. Incluso ascendió. Pero seguía sintiéndose indigna de felicidad.
No se maquillaba, no se vestía con color. ¿Quién era ella para llamar la atención?
Hasta que Rita insistió de nuevo.
Café frente a la residencia universitaria, el viernes a las tres. Ven, aunque solo sea por mí.
Sin saber por qué, Nadia aceptó.
Después, se miró al espejo y quiso cancelar. Pero no pudo.
Esa noche, sacó un vestido azul que Adrián y su nuera Natalia le obligaron a comprar para su boda. Incluso la llevaron a teñirse el pelo.
Al día siguiente, en el café, Rita la abrazó emocionada.
¡Nadia, qué guapa estás!
Ella bebió su zumo, escuchando canciones de su juventud.
¿Bailas? Una voz la sacó de sus pensamientos. Era Álex, de otro grupo. Se casó en tercer curso, y a Nadia le había gustado.
Te reconocí al instante dijo él, tomándole la mano.
Bailaron en silencio. Después, él la acompañó a casa.
Estoy divorciado aclaró. Si tienes pareja, solo seré un caballero.
Pero no fue así.
Al año siguiente, Natalia ayudó a Nadia a elegir vestido de novia.
Señora Nadia, ¡qué guapa está! susurró. Ser feliz no tiene edad.
Y en la boda, mirando a Álex, Nadia pensó: *Quizá ahora sí puedo*.
Por fin se perdonó.
Y se permitió ser feliz.







