El Misterio del Regalo Prometido

Life Lessons

**Misterio del Regalo Prometido**

En el amplio salón de un restaurante en el corazón de Madrid, la boda de Lucía y Alejandro resonaba entre risas y música. Los invitados celebraban, mientras los novios brillaban de felicidad bajo las miradas de todos. Al llegar el momento de los regalos, los padres de Lucía fueron los primeros, entregando un sobre lleno de euros. Después, llegó la madre de Alejandro, Carmen, con un ramo de claveles. Inclinándose hacia los recién casados, susurró: “Mi verdadero regalo llegará después de la boda.” “¿Qué quiere decir?” preguntó Lucía, confundida, mirando a su esposo. “Ni idea,” respondió Alejandro, riendo sin entender. Pero Lucía no podía imaginar el juego que su suegra estaba preparando.

Incluso antes de la ceremonia, Carmen ya había dejado pistas misteriosas. “No quiero daros cualquier tontería,” decía. “El día de la boda, no esperéis nada, pero después, ¡preparaos para algo grandioso!” “No hay prisa,” contestó Lucía, incómoda. “Mamá, estamos felices solo con que hayas venido,” intentó calmar Alejandro. “No apareceré con las manos vacías en la boda de mi hijo,” declaró Carmen, firme. “Pero no le digáis nada a toda la familia.” “De acuerdo,” asintió Alejandro, aunque Lucía dudaba que su suegra cumpliera. Sabía que Carmen no andaba bien económicamente, pero la boda había sido pagada por ellos, sin pedir ayuda. Los padres de Lucía, con poco, habían reunido quince mil euros para los novios. En el día de la fiesta, Carmen solo llevó los claveles, eclipsados por los brindis y los bailes. Pero brilló en los discursos, alargando sus votos de felicidad como una estrella exigiendo aplausos.

“Ni os imagináis lo que he preparado,” susurró Carmen al final de la noche, los ojos llenos de misterio. “Será una sorpresa que os dejará sin palabras pero más tarde.” “Tranquila, no te preocupes,” dijo Alejandro, apretando la mano de su esposa. “Hasta me ha picado la curiosidad,” admitió Lucía, ocultando su incomodidad. “¿Sabes algo que yo no?” “Lo juro, no,” encogió Alejandro los hombros. “Pero el regalo es lo de menos. Lo importante es que estamos juntos.” Lucía asintió, pero la curiosidad le roía por dentro. Intentó sonsacar pistas a su suegra, que solo respondía con sonrisas enigmáticas: “Si lo cuento, se arruina la sorpresa. ¡Paciencia!”

Pasaron los meses, y el regalo nunca llegó. Lo que antes era motivo de broma, se convirtió en una espina para Lucía. Ocho meses después de la boda, decidió mencionarlo. “¡Ah, solo piensas en el dinero!” estalló Carmen, con voz temblorosa de falsa ofensa. “¡Nunca me preguntas cómo estoy, si necesito ayuda!” “Si necesita algo, dígame,” respondió Lucía, sorprendida. Pero Carmen calló, limitándose a hacerse la víctima y quejándose luego a su hijo de la “falta de respeto” de su nuera. “Deja a mi madre en paz,” pidió Alejandro. “Ya armó un escándalo, basta.” “Solo lo pregunté por curiosidad, ¡ella creó toda esta expectativa!” se justificó Lucía.

Desde entonces, Lucía evitó a Carmen, hablando solo cuando era necesario. Lo cual empeoró todo. “Mientras creyó que le daría cosas caras, era toda sonrisos,” lamentaba Carmen ante su hijo. “¡Ahora que vio que no recibirá nada, ni me mira!” “No es verdad,” defendió Alejandro. “¡Entonces explícame su comportamiento!” insistió Carmen. “Desde aquella conversa, actúa como si tuviera la peste. ¡Hasta evita venir a mi casa!” Cuando Lucía lo supo, suspiró: “Tu madre nunca está contenta. Primero le molestaba mi interés, ahora le molesta mi distancia. ¡Mañana se quejará porque respiro mal!” “Cree que solo queremos cosas de ella,” dijo Alejandro, avergonzado. “Exacto,” replicó Lucía. “Mientras mis padres siempre traen algofruta de la huerta, pastelesella viene con las manos vacías y encima se lleva las sobras de la cena!” “¿Estás insinuando que mi madre es interesada?” se revolvió Alejandro. “Un poco de respeto. Es la única madre que tengo.” “Sin problema,” cortó Lucía. “Pero si quiere respeto, que empiece por darlo.”

El tema se volvió tabú, pero los conflictos continuaron. Carmen, como avivando el fuego, criticaba a Lucía por todo. A los demás, sin embargo, contaba otra historia: “Hago todo por ellos, les doy regalos carísimos, ¡hasta pensé en darle el anillo de familia de mi bisabuela! ¡Y así me pagan!” Los oyentes, conmovidos, creían en su impecable relato.

En el aniversario de boda, Carmen revivió la promesa. “¡Prepárense para una sorpresa inolvidable!” anunció, al ser invitada a una cena íntima. “No se preocupe,” intentó moderar Lucía. “Agradezco la opinión, pero decido yo,” respondió Carmen, con una sonrisa afilada. Alejandro, al enterarse, se molestó: “¿Por qué siempre cuestionas a mi madre? Si quiere dar algo, ¡que lo dé!” “Exacto,” replicó Lucía. “Su ‘regalo’ de la boda aún no llegó, no necesitamos otro.”

Decidieron, al fin, evitar más peleas. En la fiesta, los padres de Lucía trajeron un mantel bordado a mano y sábanas de lino. Los amigos regalaron copas de cristal. Carmen llegó con una tarjeta enorme, leyendo un discurso interminable de veinte minutos. Claro, consideró que eso bastaba como contribución. “Si mencionas regalos otra vez, te discuto,” advirtió Alejandro, de camino a casa. “No era mi intención,” mintió Lucía.

Pero el silencio duró poco. Al mes siguiente, Carmen exigió un móvil caro para su cumpleaños. “¿Realmente vamos a ceder?” preguntó Lucía. “Ella lo necesita, y podemos,” justificó Alejandro. “Claro,” respondió ella, seca. “Pero recuerda que mi madre cumple el mes que viene. Los regalos deben ser equivalentes.” Alejandro calculó los gastos, resignado. Al final, Carmen recibió un modelo básico y reaccionó con furia. Culpó a Lucía de “influenciar” a su hijo, jurando vengarse de la “mezquindad” de su nuera.

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