Bueno, está bien, no te echaremos durante las fiestas. Prepáranos tres habitaciones mis hermanas y mi sobrina se quedarán a dormir. Tú misma dormirás en la cocina. Gloria Vázquez, ¿no te parece curioso que yo sea la única dueña de esta casa? Tengo los documentos que lo prueban. Así que ni se te ocurra intentar entrar los echarán con la policía.
Hoy, después del trabajo, Valeria planeaba pasar por el centro comercial. Quedaban dos semanas para Nochevieja, y su antigua amiga Laura la había invitado a su casa.
Valeria sabía que habría mucha gente: la hija de Laura con su marido e hijos, su hermana y su sobrina universitaria.
Como solía visitar a Laura, conocía bien a todos. Por eso quería comprar los regalos con antelación.
Valeria tenía buen ojo para los regalos y disfrutaba dándolos. Ya imaginaba el placer de pasear entre las secciones decoradas con luces, examinando cuidadosamente cada detalle, observando cómo el vendedor envolvía sus compras en papel brillante.
Pero su ánimo se agrió en cuanto salió a la calle: en el aparcamiento, junto a su coche, la esperaba Raquel, la hermana de su exmarido.
¡Val, hola! saludó Raquel. ¿Qué te ha retrasado tanto? Me he quedado helada de frío.
Buenas tardes, Raquel. No esperaba verte aquí.
¿Y por qué no? Al fin y al cabo, somos familia respondió Raquel. Al menos, lo fuimos durante veinte años.
Por suerte, ya no lo somos replicó Valeria, intentando abrir la puerta del coche.
Pero Raquel la detuvo.
Escucha, Val, tengo que pedirte un favor. O más bien, no solo yo, sino toda la familia.
¿Qué familia, Raquel? Hace un año que no tengo nada que ver con vosotros. No quiero escuchar favores dijo Valeria.
No, solo escucha. No sé cómo repartisteis las propiedades con Miguel, pero mi madre aún cree que la casa donde vives pertenece a nuestra familia.
La comprasteis juntos, y él pasó diez años arreglándola. Celebramos allí todas las navidades y las fiestas de mayo. ¿Y ahora qué?
Mamá quería reunir a toda la familia en mayo para su cumpleaños, poner mesas en el porche, como siempre. Pero tú no nos dejaste. Te fuiste no sé dónde.
No entiendo por qué me cuentas todo esto preguntó Valeria. Fui a casa de una amiga. Quise ir y fui. Perdona, pero no tengo que pediros permiso.
Y olvidaos de vuestras reuniones familiares en mi casa. Cuando Miguel y yo nos divorciamos, acordamos lo siguiente: el piso, el coche y el garaje eran suyos, y la casa, mía. Todo quedó legalizado. Así que ahora podéis reuniros en el piso de Miguel.
Val, mamá te pide que les dejes celebrar Nochevieja en la casa, como antes. Vendrá mucha gente no cabremos todos dijo Raquel.
¿Gloria Vázquez me lo pidió? ¡Qué raro! ¡No me lo creo! Durante veinte años solo me exigió cosas y me criticó. ¿Y ahora me pide algo? Raquel, dile que no estoy de acuerdo. Que alquilen habitaciones en un hotel para la familia.
Valeria entró en el coche. Ya no tenía ganas de ir a comprar regalos. «Lo haré mañana», pensó, y se dirigió a casa.
Con Miguel habían estado casados casi veinte años. La casa de la que hablaba Raquel la compraron hace diez.
Pero un año atrás, él anunció que «a los cuarenta y cinco la vida no termina» y que seguiría adelante con su joven y guapa secretaria.
Valeria no lo retuvo, pero no permitió que la dejara sin nada. Se quedó con la casa y los ahorros, mientras él recibió el piso, un Toyota Avensis y el garaje.
Como su hija seguía estudiando, Miguel no reclamó la cuenta conjunta.
Hace unos días, Lucía la llamó para decirle que pasaría Nochevieja en la residencia universitaria.
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