**EL CANGURO QUE SALVÓ A SU HUMANO**
Extremadura, 2020.
En una finca perdida entre encinas y llanuras polvorientas, vivía Antonio Méndez, un ganadero retirado de 71 años que prefería la compañía de los animales al bullicio de las ciudades. Su mujer había fallecido diez años atrás, y desde entonces, su mundo se limitaba a su casa, su huerto y un canguro huérfano que había rescatado cuando no era más grande que una botella de vino.
Lo llamó Saltarín.
No es una mascota decía Antonio. Es un compañero de vida.
Saltarín creció rápido. Corría libre por los campos, pero siempre dormía cerca del porche. Cuando Antonio escuchaba la radio, el canguro se tumbaba a su lado. Cuando cavaba la tierra o arreglaba la cerca, Saltarín lo seguía como una sombra silenciosa.
Una mañana, mientras arreglaba el cobertizo, Antonio pisó mal una tabla podrida. Cayó con todo su peso. El golpe en la espalda lo dejó inmóvil. Su antiguo móvil estaba en la casa, y nadie pasaría por allí en dos días.
Saltarín masculló, apretando los dientes. Ayúdame, muchacho.
El canguro se acercó, olfateó su rostro. Antonio le agarró la pata como pudo y señaló hacia la casa.
Ve. Busca ayuda ve.
Parecía una locura. ¿Cómo iba un canguro a entender eso?
Pero Saltarín se fue. Saltó hacia la casa. Antonio pensó que había huido asustado.
Hasta que, quince minutos después, escuchó una voz conocida.
¡Don Antonio! ¡¿Qué le ha pasado?!
Era Lucía, la joven veterinaria que a veces visitaba los animales que él cuidaba. Saltarín había corrido hasta la carretera, donde estaba la furgoneta de Lucía, y empezó a golpear el suelo con las patas, haciendo ruidos extraños, mirándola fijamente, yéndose y volviendo. Tanto insistió que ella lo siguió.
Nunca lo había visto actuar así dijo después. Era como si me gritara sin palabras.
Antonio fue llevado al hospital. Tenía tres costillas rotas y una lesión en la cadera. Si Saltarín no hubiera buscado ayuda, podría haber pasado más de un día tirado en el suelo, solo, sin agua.
La historia llegó a los periódicos locales. “El canguro héroe”, lo titularon. Incluso apareció en la televisión, con un pañuelo rojo al cuello.
Antonio se recuperó. Pero algo en su mirada cambió para siempre.
Creí que yo lo había salvado a él dijo con voz emocionada. Pero fue él quien me enseñó que el amor, cuando es verdadero, no necesita palabras. Solo saltos de valentía.
Hoy, en la entrada de su finca, hay un cartel pintado a mano que dice:
“Aquí vive un hombre y el canguro que no lo dejó morir solo.”
Y si pasas en silencio al atardecer, quizás veas a Saltarín tumbado en el porche, con los ojos medio cerrados, vigilando al viejo que le dio una segunda oportunidad y que, sin saberlo, también se la devolvió.







