¡No quiero casarme por esto! No confío en las mujeres. Y tú, no te atrevas a destruir la familia por una tontería, ¿me oyes?

Life Lessons

¡Por eso no me quiero casar! ¡No me fío de las mujeres! Y tú, no vayas a fastidiar tu familia por una tontería, ¿me oyes?

Ya me había terminado los huevos revueltos y estaba acabando el café cuando mi mujer, roja como un tomate, me preguntó con voz temblorosa y algo incómoda:

¿Tienes a otra mujer?

¿De dónde sacas?

No caigas en mentiras, Sergio. Solo quiero oír la verdad de tu boca.

Ahora era yo el que se ponía colorado, algo que me pasaba muy pocas veces, justo cuando no podía decir la verdad pero tampoco quería mentir.

No hace falta que digas nada. Ya lo he entendido.

Como si me hubieran echado agua hirviendo, salí disparado a la calle. Todo el día estuve nervioso y cabreado conmigo mismo: la situación me había descolocado y me obligaba a tomar una decisión, pero no estaba preparado. Mentirle a mi mujer no podía, significaba demasiado para mí.

Sí, tenía a otra mujer. Joven, guapa, espectacular ya me imagino tu sonrisa, se me subió la testosterona a la cabeza y dejé de pensar.

¡Pero no acertaste! Ni más joven ni más guapa que mi mujer. Era una compañera del colegio. Mi primer amor imposible. Un gestalt sin cerrar, como se dice ahora. La encontré por casualidad después de años.

¿Sergio, eres tú? ¡No te reconocía! Pareces un dandi de Madrid.

Me quedé paralizado. Delante de mí, con una sonrisa burlona, estaba Cristina.

Me quedé como un pasmarote, sintiéndome ridículo. Después de mirarme de arriba abajo, mi torturadora (que en el colegio me ponía motes que todos repetían. Sergio el Lento era uno de ellos).

Vamos, sentémonos en algún café, charlemos, una minireunión de antiguos alumnos. Ahora mismo sale otra amiga común de compras.

No pude contestar porque, en ese momento, salió del centro comercial (justo ahí nos habíamos encontrado) ella: Blanca. Rubia, delicada, frágil. Al verme, sonrió.

¿Sergio Martínez, eres tú? preguntó con una voz melodiosa que me sonaba hasta en los huesos. ¡Cuánto tiempo!

Solo pude sonreír, con un nudo en la garganta de la sorpresa.

Claro que las llevé a un café, charlamos genial, y al día siguiente, incapaz de controlar las emociones, fui a esperar a Blanca después del trabajo.

No se sorprendió, lo tomó como algo normal. Volvimos al café, esta vez solos, y luego acabé en su casa y me perdí.

Llevábamos seis meses de relación y todo ese tiempo viví en dos dimensiones. En una, mi familia: los niños, Iván y Nati, a los que adoro, y mi mujer, a la que quise y quiero.

Sí, sí, la quiero. El amor no se fue, solo se escondió y se apagó un poco.

La otra dimensión era Blanca: una explosión de emociones, felicidad, pasión. Si hubiera podido, habría saltado de una dimensión a otra sin parar. Por eso, cuando mi mujer me pilló antes de tiempo, no estaba preparado.

Lo único que se me ocurrió al final del día: necesitaba un tiempo. Un tiempo real, no solo para una de las dos. Pensar y tomar una decisión definitiva.

Estaba a punto de llamar a María, mi mujer, pero ella se me adelantó.

Sergio, me voy a casa de mis padres un tiempo con los niños. Necesito pensar dijo. Solo te pido una cosa: mantente en contacto con Nati e Iván. Te quieren y no quiero que se enteren antes de tiempo.

Más perdido que un pulpo en un garaje, me fui a casa. Cuando pensé en tomar una decisión, no conté con que mi mujer también podía tomar la suya, y no necesariamente a mi favor. Bueno, tenía todo el derecho.

Durante unos días pensé en Blanca (todo era demasiado nuevo y brillante) y en María (mi mujer). Recordaba solo lo bueno, no quería perder a ninguna.

No sé por qué, pero en un momento dado me entraron ganas de llamar a mi amigo de la infancia, Luis. Fuimos inseparables en el colegio y hasta en la mili juntos estuvimos. Hace mucho, los dos estábamos enamorados de Blanca sin suerte. Quizá por eso le llamé.

Quedamos. Lo invité a casa afuera llovía a cántaros, y con ese tiempo no apetecía ir a ningún bar. Luis no estaba casado, vivía con sus padres, y yo, temporalmente libre, podía ofrecerle cama si hacía falta.

Después del trabajo pasé por el supermercado, compré unas cervezas, embutido y una botella de vino (¿qué más necesitan dos hombres?) y me fui a casa a esperarlo.

¡Vaya casa tienes! ¡Qué acogedora! Me alegro por ti, tío. ¿Cuándo tendré yo mi nidito de amor? ¿No tendrá tu mujer alguna amiga soltera? dijo Luis, sonriendo, mientras me daba la mano y miraba alrededor.

Fuimos a la cocina. Ya tenía todo cortado, los platos y cubiertos puestos, solo faltaba abrir las cervezas.

¿Y tu mujer? preguntó él, sorprendido. Quería felicitarla, pero veo que estás solo. ¿Por qué no me dijiste? Hasta compré un pastel y chocolatinas

Tranquilo, nos lo comemos. Están en casa de sus padres un tiempo. Venga, ¡por la primera!

Bebimos la primera. Luego un par más. Y solo entonces le conté a Luis lo de Blanca, mi romance apasionado y mi situación. Luis se quedó callado, algo raro en él.

¿Por qué callas? Tú también estabas enamorado de Blanca. ¿O lo sigues?

¡No, qué va! Ahora, seguro que no se rió forzado. Mira, te digo una cosa: no te conviene. Sé de lo que hablo.

¿Y qué sabes tú? me enfadé. Ella nunca nos hizo caso, ni entonces ni después. Si vas a soltar chismes, no quiero oírlos.

Viví con ella seis meses, Sergio dijo Luis, cansado. Ya estaba divorciada. ¿Sabes quién era su marido? Jorge Pardo, ¿te suena?

¿Pardo? No lo sabía. Me dijo que estaba divorciada, pero no quién era el marido. Sí, sí, ahora que lo dices, se fijaba en él. Hasta pensé en arreglar cuentas con él.

¿Vas a contarme lo de Pardo o no?

No, tío, si empiezas, acaba dije, sobrio de golpe. Presentía que lo que iba a oír no me gustaría.

A diferencia de ti, yo no solo la miraba con ojitos. Le escribía notas, le llevaba la mochila si se apiadaba, hasta la arrinconé un par de veces en el portal, pero sin éxito.

A ella le gustaba Pardo, yo no era competencia. Pero a Pardo le gustaban todas, no como nosotros. Así que Blanca luchó por él como nosotros por ella.

Se casaron, la pareja perfecta, vamos. Dos estrellitas de barrio. Y vivían bien, hasta que Blanca empezó a quejarse: que poco dinero, que no quería vivir con la suegra, que quería piso propio, muebles nuevos, etc. Él se fue a trabajar a Europa, arreglando coches viejos. Al principio traía dinero, pero en uno de los viajes tuvo un accidente tremendo, lo recogieron a trozos.

Todo lo que ganó se fue en curarlo. Eso hay que reconocérselo: lo sacó adelante. Pero luego de repente, ella tuvo un piso nuevo y dejó a Pardo.

Nos encontramos por casualidad ¿o no? Salía del trabajo

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