**«Sangre de mi sangre»**
Miguel, he ido al médico, me han hecho pruebas. Todo está mal. Si no empiezo el tratamiento pronto, no duraré mucho. Necesitamos dinero: la operación es complicada, quimioterapia, medicamentos… ¿De dónde vamos a sacarlo?
Tranquila, cariño, todo saldrá bien, ¡estoy seguro! ¡Estoy contigo! Ya encontraremos una solución.
Hay que decírselo a mamá, me preocupa su corazón, se pondrá nerviosa. Pero tampoco puedo callármelo, al final lo notará. Hay que prepararla.
Ana no podía creer que le estuviera pasando esto. Aún era joven, ni siquiera había cumplido los cuarenta. Toda la vida por delante, y ahora esta enfermedad.
Al menos no estaba sola. Estaba Miguel, y su hijo Álex, que se había convertido en un hijo para ella. Dios no le había dado hijos propios, y por eso su primer marido la había abandonado. También tenía a su madre, su hermana, su sobrino… Nada, lo superaría, y ellos la apoyarían.
Miguel criaba a su hijo solo. Su esposa había pedido el divorcio y se había marchado cuando Álex cumplió dos años, y desde entonces no supieron más de ella.
Ana y Miguel se conocieron en el parque. Ella paseaba a su perro; él jugaba con su hijo. Empezaron a hablar, luego a verse. Con él se sentía bien, tranquila, y con alegría aceptó casarse con él.
Al principio vivieron en su piso, que había heredado de su abuela. Luego lo vendieron y compraron uno más grande, porque aquel era pequeño para los tres. Tenían planes, y ahora todo se había venido abajo.
Sin demora, Ana fue a casa de su madre con un pastel.
Mamá, no te pongas nerviosa, pero tengo que decírtelo. Me han diagnosticado cáncer. Si no empiezo el tratamiento… ya me entiendes. Ahora Miguel y yo tenemos que pensar cómo conseguir el dinero…
Ay, Ana, ¿cómo es posible? ¿De dónde ha salido el cáncer? Si nunca te ha dolido nada, siempre has sido fuerte y sana, no como tu hermana Lucía. Desde pequeña la he llevado de médico en médico. ¡Qué desgracia!
Eso era lo que temía Ana: la reacción de su madre, los dramas y lamentos. Pero no había otra. Mejor decir la verdad de una vez.
Y yo no puedo ayudarte. El dinero que tenía se lo di al hijo de Lucía para que se comprara un coche nuevo. Al fin y al cabo, es mi único nieto. Como tú no tienes hijos, ayudo a Lucía y a su hijo.
Aunque tengo un depósito en el banco, pero no puedo retirarlo, perdería los intereses, y es bastante dinero… Tu padre, antes de morir, me pidió que lo guardara para que me sirviera de complemento a la pensión.
No te estoy pidiendo nada, solo te lo he contado.
Miguel vendió el coche. Con ese dinero cubrieron los primeros gastos. Ana ingresó en el hospital, donde le operaron. El siguiente paso del tratamiento era crucial para su vida.
Hija mía, ¡qué mala cara tienes! ¿Qué dicen los médicos? ¿Hay esperanza?
El tiempo lo dirá, mamá… Espero que todo salga bien, soy optimista, siempre creo en lo mejor. ¿Lucía no viene a verme? ¿No tiene tiempo?
Se ha ido a Tailandia con su marido, de vacaciones, pero siempre pregunta por ti y te manda saludos.
Pues gracias por eso. Desde que supo de mi enfermedad, ha cambiado. Un par de llamadas y nada más. Bueno, si no tiene tiempo…
A Ana le dolía que su hermana mayor se comportara así. Ni un gesto de apoyo. Unas palabras de cariño habrían bastado…
Miguel, el médico dice que necesito unos medicamentos, pero son muy caros. Hay otros más baratos, pero son peores y no hay garantía de que funcionen. ¿Qué hacemos? No sé de dónde sacar tanto dinero…
Ana, no te preocupes, ¡yo conseguiré el dinero! ¡Soy tu marido, no lo olvides! Álex te echa mucho de menos, ¡te esperamos en casa! ¡Los dos te queremos!
A Ana se le llenó el corazón de calor. Qué suerte tenerlos a ellos…
Recordó lo de su madre y el depósito, y decidió pedirle el dinero.
Mamá, necesito el dinero. Hay un medicamento bueno, pero no tengo para pagarlo. Hay muchas posibilidades de que funcione. ¿Podrías prestármelo? Miguel y yo te lo devolveremos…
Prestar, dices… ¿Quién le presta a su propia hija? Te lo daría, pero, hija, seamos sinceras. Las posibilidades son pocas. He hablado con tu médico y sé cómo está la cosa. ¿Qué garantía hay de que el medicamento funcione?
Lo entiendo, mamá. No hace falta.
Cuando su madre salió de la habitación, a Ana se le escaparon las lágrimas. Y eso que era su madre…
¡Cariño, he conseguido el dinero! ¡Gracias a mis padres! Cuando se lo conté, no dudaron en ayudarnos. Vendieron la casa del pueblo y te han dado todo el dinero para el tratamiento.
Antes también querían ayudar, pero yo no dejaba. Ahora he aceptado. Te quieren de verdad y creen que te recuperarás.
A Ana se le encogió el corazón de gratitud hacia esas personas. En realidad, no eran familia. Y mira cómo querían ayudarla…
Comenzó el tratamiento. Ana empeoró de repente.
Hija, tengo que hablar contigo. Escúchame y entiéndeme. Como temía, el tratamiento no está funcionando. He investigado.
Por desgracia, no te queda mucho tiempo, por mucho que los médicos te digan o te tranquilicen. A ellos les conviene que sigas pagando.
He estado pensando. Cuando tú no estés, el piso será de Miguel, porque lo comprasteis juntos. La mayor parte del dinero era tuyo, de la venta del piso de tu abuela. Miguel puso muy poco.
¿Y qué pasa? ¿Que un extraño se queda con todo? No es justo. Pero está tu sobrino Carlos, sangre de tu sangre. A él le vendría muy bien un piso.
¿Podrías firmar la donación ahora? Para evitar sorpresas después…
Ana la escuchaba atónita. ¿Quién era esa mujer? ¿Era capaz su madre de algo así? La había criado, y ahora casi parecía estar esperando su muerte…
¿Sangre de mi sangre, dices? ¿Dónde estabais cuando necesitaba ayuda? Tú preocupada por no perder tus intereses.
Mi querida hermana tomando el sol en Tailandia, sin tiempo ni para apoyarme. ¿Y para qué? Si ya tengo un pie en la tumba, ¿no?
Pero aún podéis sacarme algo. Quitarle el piso a Carlos.
Los padres de Miguel no lo dudaron: vendieron su casa y dieron todo el dinero para mi tratamiento. ¿Quiénes son mi familia ahora? Vete, mamá, por favor…
Su madre suspiró y salió de la habitación. ¿Qué había dicho mal?
Con el tiempo, Ana mejoró. El medicamento funcionó. Miguel estaba dispuesto a cargarla en brazos de la felicidad.
Ana firmó la donación del piso a nombre de su marido, para que sus familiares no pudieran reclamarlo después. Se lo hizo saber a su madre.
Bueno, gracias, hija. ¡Un hombre que no es de la familia vale más que los tuyos! ¡Lucia se va a llevar un disgusto!
Pero a Ana ya no le importaba lo que pensaran esos